Reflexiones a 32 años del inicio de la última dictadura militar

Apenas el intendente Carlos Torres me honró con la invitación para compartir este acto oficial en la ciudad de Firmat por el Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, en el mismísimo Paseo “Rodolfo Walsh”, como homenaje a un periodista erigido en emblema de dignidad y rebeldía ante los dictadores, creí que era una buena oportunidad, sobre todo ante la presencia de tantos alumnos, de recordar que en aquel Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 -pocos meses antes de las elecciones anticipadas-, la sociedad civil también tuvo muchas culpas, aun cuando esté fuera de discusión la existencia de un perverso plan norteamericano de siembra de dictaduras en casi todo el continente. Sin embargo, la nuestra fue la más cruel y entreguista de todas, y así como hubo héroes de la resistencia, también se conocieron muchas complicidades, de los propios gobernantes víctimas del derrocamiento, de la oposición, el sindicalismo, el empresariado, la Iglesia y los principales medios periodísticos, único sector que no hizo ninguna autocrítica por su colaboracionismo con los usurpadores, que no sólo persiguieron, secuestraron, torturaron, violaron, robaron bebés y mataron compatriotas, sino que desmantelaron el aparato productivo nacional, concentraron la economía en pocas manos y multiplicaron la deuda externa.
“Nadie resiste un archivo”, suele decirse, y basta repasar los titulares y editoriales de la época para comprobar la actitud claudicante de la mayor parte de la prensa, con la salvedad de una larga lista de periodistas que desde el vamos supo de qué se trataba, como el combativo Rodolfo Walsh, emboscado y asesinado el 25 de marzo del ’77 -hoy se cumplen 31 años-, un día después de distribuir la premonitoria Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar, esa que terminó de redactar “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.
También conviene recordar que así como hoy padecemos una creciente violencia urbana, acicateada por la exclusión, la droga y el delito, en la antesala de la dictadura, el país asistía a una espiral de violencia política, en un claro desprecio por el estado de derecho y los procesos electorales como escenario de resolución de las diferencias. De hecho, desde mediados del siglo pasado, era común que distintos sectores políticos “golpearan las puertas de los cuarteles” para apurar el fin del gobierno de turno; ya en los ’70, de regreso en el poder tras 18 años de enfermiza proscripción, el peronismo saldaba sus internas a los tiros entre la derecha y la izquierda, como en Ezeiza del ’73, a la par de las andanzas siniestras de la Triple A prohijada por José López Rega.
Sobre la base de estos datos clave de la historia reciente, así como debemos cuidarnos del olvido, para no repetir los mismos errores del pasado, tendremos que evitar la oficialización de una memoria sesgada y selectiva, porque, insisto, los militares golpistas no fueron un grupo de paracaidistas que descendió una madrugada sorprendiendo a la sociedad civil libre de pecados.
Nuestras contradicciones se prolongaron en los casi 25 años de gobiernos constitucionales, a partir de la democracia restaurada el 10 de diciembre del ’83, con bruscos vaivenes, más evidentes en el período alfonsinista, con el poder militar todavía gozando de buena salud, cuando del Informe de la Conadep y el histórico Juicio a las Juntas, se mutó a las leyes de Punto Final y Obediencia Debida; y entre los gobiernos de Carlos Menem y Néstor Kirchner -ambos del mismo partido-, saltando del indulto a los criminales, en los ‘90, a las actuales reivindicaciones de los derechos humanos, rescate de la memoria y apoyo oficial a los juicios por la verdad y la justicia, con las garantías de defensa que no tuvieron las víctimas de la tiranía, aunque sin la celeridad en los procesos que todos deseamos y, para mayor desazón, con Jorge Julio López como un “desaparecido” de la democracia.
Minutos atrás recapitulaba las históricas dificultades de los argentinos para sintetizar coincidencias y las facilidades para desembocar en falsas antinomias. Por eso es inquietante, a 32 años del Golpe, que el Gobierno se afane en enfrentar a la sociedad con los productores agropecuarios; es escandaloso que uno de los sindicatos más beneficiados por el kirchnerismo boicotee la protesta del campo contra retenciones sin distingos entre débiles y poderosos; y es sorprendente que el mismo Gobierno que bendijo cuanto corte de ruta gestó su propia tropa piquetera, se horrorice cuando le pagan con esa misma moneda. Hoy, es el campo, con sus agricultores, ganaderos y tamberos; en 2001, fueron los sectores medios, cuando se metieron con sus ahorros; y mañana, serán otros, a menos que entendamos que Democracia es mucho más que ausencia de dictadores y elecciones cada dos años.
Para cuestionar el Terrorismo de Estado a la distancia, no basta con encendidos testimonios de repudio; también es preciso que esta democracia, todavía acotada a las formalidades electorales, sea más justa, igualitaria, progresista, solidaria y transparente, en todos los niveles de gobierno, desde la Casa Rosada hasta la más pequeña de las comunas. En otras palabras, tenemos que reivindicar esa misma práctica política que los dictadores cortaron de cuajo para establecer una dominación absoluta. En este sentido, el más flaco favor que podemos hacernos hoy como sociedad es entender la política como una cosa de los gobernantes, que no nos compete, que no nos involucra, que no nos importa, llegando hasta el ridículo de vanagloriarnos de esa indiferencia. Uno de los mayores éxitos de la dictadura -hay que admitirlo- fue la meticulosa desarticulación, a través del terror, de los tejidos comunitarios, generando la pérdida de la confianza en el otro y el descreimiento en los proyectos colectivos. Muchas de esas secuelas, aún hoy sobreviven, bajo las máscaras del individualismo, la resignación, el “no se puede” y hasta el tristemente célebre “no te metás”. Por lo contrario, el cometido de este tiempo es involucrarse, tomar partido, asumir protagonismo, ejercer los derechos, llenar de contenido esta democracia adolescente, de la que no tenemos que esperar tanto, sino, a la que le tenemos que dar mucho, para que ella nos premie con sus frutos, como consecuencia de nuestras propias realizaciones.

(Discurso en el acto oficial realizado el 25 de marzo de 2008 en la ciudad de Firmat con motivo del Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia)

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