Nuevo Hospital, ni tan lentos, ni tan apurados

Tras décadas de espera, y con varias falsas promesas en el camino, hoy en nuestra ciudad se habla, por fin, del moderno Hospital que anunció el gobierno santafesino, aunque más que la buena noticia, suelen destacarse las controversias por su localización geográfica. Tampoco faltan, claro está, las especulaciones políticas. Algunos justicialistas no entienden porqué el intendente José Freyre salió a hacerse cargo de todos los costos políticos de la cuestionada ubicación en Comandante Espora y Santa Fe, más aun cuando los mayores beneficios del emprendimiento se los apropiarán políticamente el gobernador Hermes Binner y los suyos. Mientras tanto, opacados por Freyre, los socialistas locales recién asomaron en segundo turno para apoyar la consumación del proyecto. Este particular escenario no hace más que confirmar porqué, en su última visita a la ciudad, Binner calificó a Freyre como un “intendente de lujo”, al mismo tiempo que los perplejos socialistas y radicales venadenses se preguntaban cuánto deberían trabajar para generar un candidato competitivo en 2011. “Si nuestro propio gobernador favorece la reelección del más encumbrado adversario, no la tendremos nada fácil”, ironizó un referente opositor en el café de calle San Martín que sus parroquianos apodan la jabonería. Sin embargo, el líder socialista prioriza la gobernabilidad -debe convivir con una amplia mayoría de municipios y comunas peronistas- y se empeña en anudar pragmáticas alianzas para impulsar las obras fundamentales de su gestión; en tanto, Freyre no desea convertirse en el culpable de eventuales postergaciones en la concreción del Hospital. También se siente halagado por las cortesías de Binner, y favorecido con estas necesidades del gobernador, que acotan el poder de fuego opositor de la coalición socialista local.
Sin embargo, no se trata de una obra que el gobierno provincial pueda trasladar a uno u otro punto de la bota en represalia por el surgimiento de obstáculos como, por ejemplo, el lugar de la radicación. En este sentido, la regionalización impulsada por el gobernante Frente Progresista obliga a proveer a cada nodo de la infraestructura indispensable para facilitar la promocionada descentralización. En este sentido, hay un apuro de los venadenses por contar con un servicio hospitalario digno (el centenario “Alejandro Gutiérrez” cumplió su ciclo y deberá reciclarse para otras prestaciones), como también existe una premura provincial por distribuir obras públicas contundentes en todo el territorio santafesino. En consecuencia, las autoridades municipales deberían contribuir a la cristalización del proyecto, pero sin ser refractarias a las advertencias de los dirigentes de la oposición (el Concejo será un interesante ámbito de debate de la carta de intención refrendada por Binner y Freyre) y de las entidades y profesionales ligados al planeamiento urbano.
En principio, no habría razones para discutirle a Freyre que el de Espora y Santa Fe es el predio municipal más apto para localizar el futuro centro médico provincial, pero podría suceder que el mismo no contemplara todas las condiciones exigibles. Si así fuera, no habría más opciones que adquirir otro espacio, cuyo costo, por elevado que sea, no será tan significativo en orden a la millonaria inversión proyectada. En otro momento, un dictamen técnico del Plan General habría desactivado las polémicas, pero en nuestros días ese organismo no cuenta con la misma credibilidad. Además, aún no se conocerían con precisión los niveles de complejidad y servicios del Hospital planeado, con lo cual sería imposible establecer a las apuradas dónde debería emplazarse esa estructura incierta. “Sería algo así como calcular los cimientos sin saber cuántos pisos tendrá el edificio”, graficó un dirigente del PJ. Tampoco estaría claro todavía si la cesión del predio será limitada, o si, por razones dominiales, la superficie a transferir al Estado provincial abarcará una mayor parte del espacio verde destinado al Parque “General Belgrano”.
Para reducir el margen de error, es indispensable situarse tan lejos de las actitudes mezquinas que pretenderían frenar la obra para perjudicar la gestión de Binner, como de las falsas urgencias que podrían precipitar decisiones equivocadas y, por lo tanto, desatar repudios en el futuro.

(Publicado el lunes 28 de julio de 2008 en diario El Informe)

Se anticipan las expectativas electorales, pero aún escasean los candidatos firmes

A falta de un año para las elecciones legislativas, siempre tan influyentes en el ánimo del electorado con vistas a los siguientes comicios de cargos ejecutivos, en todo el país se aceleraron los posicionamientos, sobre todo a partir de la insólita crisis que agigantó el Gobierno en su pulseada con las entidades agropecuarias. Desde entonces, hay vastos sectores apurados por ejercer un “voto castigo” contra el oficialismo. Es que después de dinamitar todos los puentes de diálogo con el afán de doblegar y humillar al adversario, los Kirchner recibieron una severa advertencia de la inmensa mayoría de los argentinos para iniciar un estilo político más conciliador y republicano. Tan intensa fue la prédica belicista del kirchnerismo, que consiguió generar inesperadas divisiones, incluso dentro del Frente para la Victoria, en distintos puntos del país. En Venado, por ejemplo, el senador reutemista Ricardo Spinozzi habría decidido componer su propia estructura política, después de que el ex intendente Roberto Scott le diera la espalda en la interna partidaria, que a la postre no se realizó en virtud del acuerdo entre la Casa Rosada y el reutemismo. La ira del Tino también alcanzó la humanidad del actual intendente José Freyre, que luego de insinuar un giro hacia el rossismo, como se lo había sugerido Scott, mostró un gesto de autonomía con la declaración de prescindencia.
Fortalecido por el efecto campo, el reutemismo asoma como un rival de cuidado para el oficialismo binnerista en Santa Fe, y también para las fuerzas K. En este sentido, los allegados al senador provincial y próximo presidente del peronismo santafesino, especulan que podría tener dos destinos políticos trascendentes: una candidatura privilegiada en la lista de diputados nacionales, o la íntimamente deseada postulación a la Intendencia local. Si esta última fuera la decisión, o así lo impusieran los acontecimientos, Spinozzi necesita disponer de su propia estructura política para ir en busca del Sillón de Aufranc -su padre lo había intentado sin éxito en el ’87-, pues ya no contará con el apoyo de un scottismo que apostará fuerte por la reelección de Freyre. En los últimos días, las fuertes críticas del diputado provincial Jorge Lagna -enrolado en el proyecto spinozzista- que hicieron blanco en el intendente Freyre por el emplazamiento del futuro hospital en Comandante Espora y Santa Fe, mostraron el deterioro de los vínculos entre ambos sectores.
Todas estas hipótesis rumbo a 2011 tendrán sus primeras manifestaciones a partir del año que viene, cuando los venadenses deban elegir una decena de diputados nacionales y cinco concejales, en reemplazo de los socialistas Roberto Meier y Oscar Pieroni, de los justicialistas Miguel Pedrola y Patricia Romero, y del radical Delfor Hernández.
En principio, el que más tranquilo debería enfrentar el próximo turno electoral es el oficialismo, que cede una sola banca -la del indescifrable Pedrola- y con sólo obtener dos, ya contaría con la mayoría de cinco ediles, que le permitiría a Poroto una gestión sin sobresaltos hasta el final de su mandato. Sin embargo, sorprendió en las últimas horas la salida del gobierno de la coordinadora de Políticas Sociales, Mónica Boladeras, una funcionaria legislativa que había obtenido una licencia para ocupar el rol que Freyre creó a su medida. Es un dato político curioso que la primera deserción del gabinete -a sólo siete meses de asumir- sea de una aguerrida porotista, y no de un sobreviviente del viejo tronco scottista, como algunos suponían, aun cuando hace pocos días el polifacético secretario Daniel Dabove estuvo con un pie adentro y el otro afuera.

En la misma línea de extrañezas se registra un resonante “ingreso” que nunca se alcanzó a concretar. Meses atrás, la ciudad asistió a un escándalo político, con recordados cruces mediáticos entre José Freyre y el edil socialista Fabián Vernetti, en la oportunidad de anunciarse la inminente incorporación del ex concejal pueblense Claudio Natali a la Intendencia. En ese entonces los scottistas sostenían que el dirigente se ocuparía de optimizar la relación de la Municipalidad con las cooperativas de Electricidad y de Obras Sanitarias, sobre todo con la primera de ellas, con los contratos de energía y alumbrado público aún pendientes. No obstante, las módicas pretensiones económicas de Natali para asumir esas responsabilidades no fueron aceptadas, según la versión más edulcorada. Más adelante, trascendió que los verdaderos motivos de la marcha atrás habrían sido las cruentas internas palaciegas, más aún desde que se divulgó la hipótesis de que Natali encabezaría el año que viene la lista de concejales de Freyre.
Otro sector que tiene las cosas más o menos definidas es el que lidera el lucifuercista Jorge Viano, que parte con la expectativa básica de retener la banca de la abogada Patricia Romero y, mientras tanto, se ilusiona con sacar una tajada de la división que podría afectar al scottismo, si es que se precipita ese fenómeno de spinozzistas con listas propias en 2009.
En el ala socialista del Frente Progresista todo es incertidumbre. Ni siquiera se conoce si Meier y Pieroni están dispuestos a pelear por la reelección. En el radicalismo las cosas tampoco están claras. Lisandro Enrico, un posible aspirante a la Intendencia en 2011, podría evaluar -como estación intermedia- un regreso al Concejo, aunque por el momento se desempeña como secretario parlamentario de la Cámara de Diputados de Santa Fe, permaneciendo la mitad de la semana en nuestra ciudad para no resentir su actividad política. Hernández, al igual que Meier, dudaría en presentarse una vez más, pues cuatro años de concejalía es poco, pero ocho años es una eternidad.
Mientras tanto, ya empezaron a sonar en los bares céntricos los retornos de encumbrados dirigentes de los años ’80. Uno de ellos es el ex concejal Carlos Gómez Tomei, que supo conducir el PDP y hoy es referente local y departamental del PRO; y el otro, vinculado históricamente a la UCR, tendría serias ambiciones de gobernar la ciudad, pero sin antes aterrizar en campos legislativos.
Desde los ’90 en adelante, era común que un año antes de las elecciones de concejales, los postulantes se adivinaran con escaso margen de error. Esta vez, el escenario electoral es un gran enigma de final abierto.

(Publicado el viernes 25 de julio de 2008 en diario El Informe)

Ni golpismo ni más autoritarismo K, apenas un poco de racionalidad

Cambió el humor del país en esa madrugada de jueves, con Julio Cobos tembloroso y perturbado. Tan humano que, esa misma debilidad, más allá de la decisión de sepultar la resolución 125, lo catapultó a la categoría de héroe para los argentinos que ansiaban la pacificación. En el oficialismo, algunos, como el diputado Agustín Rossi, entendieron por fin el mensaje y convocaron a dar vuelta la página, no incurrir en actitudes vengativas y encarar los numerosos temas pendientes en la agenda pública. Otros prefieren seguir negando la realidad, interpretando a Cobos como el traidor que empujó a los Kirchner escaleras abajo, sin comprender que esas manos salvaron del precipicio al matrimonio presidencial, ya sin red a esas alturas del conflicto.
Todos los intentos por ideologizar interesadamente la cuestión fueron vanos. Como lo había anticipado Hermes Binner semanas atrás, en la Argentina se estaba terminando un estilo de gobernar. Néstor Kirchner, que durante 20 años consecutivos ejerció el poder político con el mismo concepto verticalista, en la Intendencia de Río Gallegos, en la Gobernación de Santa Cruz y en la Presidencia de la Nación, se encontró con límites recién ahora, en la gestión que comparte con su esposa.
Nuevamente el Gobierno tiene la oportunidad de decidir su destino. Hasta ahora, los Kirchner sólo confrontaron, fomentando retrógradas antinomias entre los argentinos en nombre de un falso progresismo. Jamás escucharon a nadie, ni a los miembros de su gabinete, ni a los radicales K (la Concertación Plural les resultaba funcional cuando denostaban el aparato del PJ), ni a sus legisladores. Mientras denuncia las defecciones de propios y extraños, el matrimonio presidencial jamás imaginó que tan pronto debería pagar tan caro sus propias traiciones. Antes que horrorizarse por el voto salvador del mendocino Cobos, los Kirchner deberían explicar cómo fue eso de seducir al catamarqueño Ramón Saadi para arañar el empate, el mismo gobernante que encubrió hasta último momento el crimen de la adolescente María Soledad Morales, perpetrado por los hijos del poder. El mismo que, si hubiera sido por Cristina -en sus tiempos de opositora-, no hubiera ingresado al Senado.
Ahora, el oficialismo trata de ocultar sus miserias evaluando el ADN de la circunstancial alianza de opositores que se definieron en respaldo a la protesta agropecuaria. Todos estos sectores, que abarcan desde el MST de la firmatense Vilma Ripoll, hasta la CGT del gastronómico Luis Barrionuevo, coinciden en un reclamo específico, como la Sociedad Rural y la Federación Agraria, que más temprano que tarde se desarticulará como bloque. También es cierto que algunos lo hacen por convicción y otros por burdo oportunismo.
Pero es el Gobierno el que los reunió y cayó vulnerado ante ellos, aunque le cueste admitirlo. Así como no habrá un Partido del Campo en la Argentina, tampoco existirá un agrupamiento político conteniendo a todos estos actores tan diversos. En todo caso, es el kirchnerismo quien debe ejercer una severa autocrítica, en lugar de buscar culpables afuera, como sugirió la Presidenta, en un alarde de autismo. En principio, el más valioso gesto será oxigenar el gabinete de colaboradores, excluyendo a los personajes más nocivos e incorporando hombres de diálogo y luces propias. También se impone revisar el rol de Néstor Kirchner, que en los últimos meses ayudó con sus desmesuras a ocasionarle un desastre de proporciones a su esposa. Derrumbadas -por absurdas- las hipótesis del clima destituyente, entre otras argucias inverosímiles, el Gobierno reúne todas las condiciones -empezando por el respeto de la oposición a la institucionalidad- para relanzar la gestión, siempre y cuando apele al diálogo, el consenso y la calidad institucional prometida, escenario que debe incluir la continuidad de Cobos sin recortes. De todos modos, sólo un milagro podría lograr que el año que viene el oficialismo no pierda la mayoría en las elecciones legislativas. Será, en tal caso, otro aprendizaje para la democracia argentina, pero un calvario para los que siempre disfrutaron de gobernar con plenos poderes y controles republicanos desactivados en la práctica.
Si bien es cierto que el conflicto con el campo se descomprimió, la Argentina sigue careciendo de una política agropecuaria. En este sentido, vuelve a ser oportuna la intervención de Binner, instando a la formación del Consejo Federal Agropecuario Ampliado para diseñar tales políticas, y propiciando un nuevo sistema de impuestos coparticipables a las exportaciones de granos, en busca de eliminar paulatinamente las retenciones; la Federación Agraria insiste con las retenciones segmentadas y, además, se cuentan por decenas las alternativas conocidas. La responsabilidad del Gobierno, luego de su reciente fracaso, es convocar a todos los sectores interesados, con el protagonismo de los gobernadores, y conciliar una política agropecuaria integral y sustentable (tributos incluidos), que deberá atravesar también el debate legislativo, pero ya no como una cortesía presidencial, sino porque así lo impone la Constitución.

(Publicado el lunes 21 de julio de 2008 en diario El Informe)

Tras el "efecto Cobos", las retenciones móviles con las horas contadas

La votación en el Senado de la Nación expresó fielmente la división por mitades que habían generado los Kirchner en la sociedad argentina a partir de la resolución ministerial de las retenciones móviles. Allí se potenció lo que se había insinuado en Diputados. Más allá de los opositores, unos cuantos legisladores de procedencia peronista estaban dispuestos a ponerle un límite a su fidelidad incondicional con el matrimonio presidencial. El acompañamiento sería solamente hasta las puertas del cementerio. Ellos deseaban regresar a la vida política, atender las demandas de los pueblos del interior y reconciliarse con su gente. Comprendían que el relato que se empecinaba en construir el kirchnerismo, no sólo era falso, sino que, además, la mayoría de la población no se lo creía. Los cambios introducidos a la resolución 125 -hasta conseguir el número de diputados suficiente- establecieron una victoria pírrica del oficialismo, sólo para obtener la media sanción. En esa oportunidad, el vicepresidente Julio Cobos (“el que avisa no traiciona”) alertó sobre su voluntad acuerdista: “No se trata de juntar votos, sino de elaborar el consenso”. Tal vez el radical K sospechó que el Senado, en su carácter de cámara revisora, podría perfeccionar la emparchada iniciativa presidencial. Sin embargo, la instrucción era categórica: Hay que aprobar el proyecto tal cual salió de Diputados, sin cambiar ni una coma. Consumada la igualdad, con 36 senadores de cada lado, Cobos, con un alegato digno de un guionista célebre del cine de suspenso, pleno de silencios infartantes, argumentó sobre la prioridad de desactivar la crisis social. El mismo dirigente mendocino que los Kirchner habían desacreditado e ignorado en las últimas semanas, desequilibró en contra del mismo Gobierno que integra, en una valiente decisión personal que la historia nacional guardará en sus páginas más notables. Renunciando a la obediencia debida, Cobos -ya expulsado de las filas de la UCR- le hizo pagar al kirchnerismo el pecado de pergeñar la desarticulación del centenario partido con la cooptación de algunos valiosos dirigentes. Como si se tratara de una película donde el muchachito maltrecho se repone justo en el desenlace de las acciones, y de madrugada se toma revancha ante el poderoso. Con calma provinciana, el vicepresidente sacó fuerzas de flaquezas y en la media mañana de ayer, después de un par de horas de sueño, advirtió a la Casa Rosada a través de la prensa su decisión de continuar ejerciendo el cargo, para concluir afirmando que una crisis institucional sólo se precipitaría si intentaran hacerlo desistir de esa decisión.
Ahora, si el Gobierno cumple el compromiso público de respetar la voluntad del Congreso, debería derogar la resolución 125, regresar a las retenciones fijas del 35 por ciento y recibir a la dirigencia ruralista para, luego, convocar a un Consejo Federal Agropecuario que concilie los nuevos mecanismos de retenciones y el conjunto de políticas para el sector que aún se adeudan.
No hay nada que dramatizar. El Gobierno acaba de sufrir un sacudón por culpa de sus propias impericias, pero nada más que eso. No triunfó el golpismo, como insistía el presidente del PJ, en una prédica arrogante que sólo revelaba sus debilidades. En el Senado, donde se consumaron tantas estafas a la Nación, se le asestó un duro revés a un estilo de gobierno plagado de vicios autoritarios y centralistas. El matrimonio presidencial tiene que haber comprendido que los proyectos hegemónicos carecen de destino en la Argentina de hoy, donde los matices no sólo son necesarios, sino también imprescindibles para evitar las desmesuras del poder. El debate, muy a pesar de los Kirchner, jamás ofreció como disyuntiva la democracia y el golpismo, ni tampoco la distribución del ingreso versus la avaricia de una corporación. El Gobierno había planteado dicotomías falsas, que disgregaron peligrosamente a los argentinos: Nosotros o el abismo, era el eslogan subyacente. No fue ni lo uno ni lo otro, según la reñida manifestación de los senadores. No se impuso el kirchnerismo con su beligerancia discursiva, ni tampoco se generó ningún abismo institucional, como auguraba el apocalíptico discurso oficial. Por el contrario, todo comenzó a encarrilarse desde que la Presidenta envió el proyecto de las retenciones al Congreso -más por razones de fuerza mayor que por convicciones-, aun cuando insistió en el todo o nada, desaprovechando las posibilidades de negociación que ofrecía el tratamiento legislativo, como hasta último momento sugirió Julio Cobos. Sin embargo, la pretensión de someter y, en lo posible, humillar al enemigo -los K no reconocen adversarios, sino enemigos-, pudo más que la racionalidad política, y esa tozudez acabó en la más sorprendente de las derrotas. Maniatados por su soberbia, los Kirchner descubrieron anchos callejones en beneficio de una oposición que, de izquierda a derecha, no conseguía recuperar la iniciativa; incluso, resurgieron dirigentes del PJ que no tenían futuro, y hoy cuentan con bastante más aceptación que meses atrás. Hasta Cobos se convirtió en un impensado héroe popular. Entre todos los resucitados, los hay presentables, que aprovecharon hábilmente el resbalón oficialista, e impresentables, cuya notoriedad de nuestros días sólo puede atribuirse a un milagro de los Kirchner.
Ubicada en el piso de popularidad, la Presidenta tiene la oportunidad de recuperar la iniciativa política, diseñando una salida inteligente del conflicto con el campo, combatiendo la inflación que día tras día genera miles de nuevos pobres, embistiendo en serio contra la concentración de la riqueza, redefiniendo la relación con las provincias, respetando las potestades parlamentarias, devolviendo la transparencia a las increíbles estadísticas oficiales y renovando el desgastado gabinete de ministros.

(Publicado el viernes 18 de julio de 2008 en diario El Informe)

Ahora con fuerza de ley, la misma causa que originó el conflicto

Esta misma semana, a juzgar por los augurios kirchneristas, quedará saldado el conflicto con el campo tras cuatro meses de incertidumbre, con la aprobación de la ley de retenciones móviles en Senadores, aunque las consecuencias económicas se manifestarán en todo el segundo semestre; luego, en el plano político, los efectos de esta contienda se extenderán un poco más allá, al menos, hasta las elecciones parlamentarias del año próximo. Y en la órbita judicial, bastará que las retenciones, con sus alícuotas desmesuradas, se conviertan en ley, para que los productores agropecuarios acudan a los tribunales, instancia tras instancia, hasta desembarcar en la Corte Suprema, para cuestionar el carácter confiscatorio de los tributos, el talón de Aquiles de la medida, según deslizan los ministros, jurisprudencia mediante. Con un aviso justo a tiempo para que recurra al Congreso, la Corte salvó al Gobierno de una flagrante inconstitucionalidad, pero el debate sobre la confiscatoriedad aún está por verse.
La anunciada victoria pírrica del oficialismo fue así nomás, con el mismísimo Néstor Kirchner operando, no para multiplicar sus soldados, sino para contener la sangría de diputados propios y aliados, primero para formar el ajustado quórum, y luego para redondear un reñido 129 a 122. Para ello, los Kirchner debieron conceder modificaciones al proyecto original hasta último momento -reclamadas por sus propios diputados, temerosos del regreso a los territorios-, e incluso trascendió que algunos legisladores obtuvieron más beneficios para sus olvidadas provincias en una sola madrugada, que en cinco años de audiencias denegadas. Entre ellos sobresalen los rionegrinos, que le habrían arrancado a la Casa Rosada, a cambio de cuatro votos decisivos, la promesa de reducir las alícuotas de retenciones a los asfixiados productores de peras y manzanas para la exportación.
Tantas fueron las compensaciones otorgadas que, si se cumplen en tiempo y forma, la recaudación adicional por retenciones será bastante módica, aun cuando políticamente el Gobierno pueda jactarse de que la esencia del sistema no se modificó y, además, de que el Congreso reconoció la facultad presidencial de fijar los derechos a las exportaciones. Tal vez no conforme a las entidades del campo -refractarias por naturaleza a los mecanismos compensatorios-, pero, aun con todos sus defectos, el proyecto con media sanción de Diputados es mucho más decoroso que la impresentable resolución 125 en su versión original. Esa misma que el Gobierno defendió a capa y espada con los beligerantes discursos presidenciales de marzo, según los cuales, el que no simpatizaba con esa medida era oligarca, traidor y golpista, por decreto K. Esta vez no debió transcurrir mucho tiempo para comprobar quién tenía razón. Basta comparar aquella resolución ministerial del 10 de marzo con el proyecto aprobado en la Cámara Baja, para descubrir que este último adquirió un perfil más racional y progresista (hasta se incorporó a las apuradas la ley de arrendamientos que reclamaba la Federación Agraria y el kirchnerismo cajoneaba), merced a la presión de oligarcas, traidores y golpistas, aun cuando subsisten más dudas que certezas, sobre todo por los sistemáticos incumplimientos del kirchnerismo cuando se trata de compensar a pequeños y medianos productores -no sucede lo mismo con las brutales transferencias a los oligopolios ligados a la agroalimentación-, y también por la pronta fecha de vencimiento -31 de octubre próximo- que se le dio a los reintegros.

Sacudón en la bota
Con el inminente arribo al Senado de la Nación del proyecto girado desde Diputados, el santafesino Carlos Reutemann terminará de modelar el Operativo Retorno, con primera estación en los comicios parlamentarios del año próximo, y que podría encumbrar al venadense Ricardo Spinozzi -presidente electo del peronismo provincial- en el preciado liderazgo de una de las listas de candidatos a diputados nacionales del PJ, tal vez por un andarivel paralelo al armado kirchnerista. Lejos de aquel domingo negro del ’74, cuando se quedó sin nafta a sólo 800 metros de triunfar en el Gran Premio de F-1 de Buenos Aires, la reciente votación en Diputados acelera las ambiciones del ex piloto, pues de los 19 diputados santafesinos, los nueve del Frente para la Victoria, sin fracturas, refrendaron el proyecto oficialista, en tanto que la decena restante, entre socialistas, radicales, ARI y Coalición Cívica, se pronunciaron por la negativa. Con este escenario, la figura del Lole en la Cámara Alta cobrará mayor notoriedad aún en la defensa de un proyecto alternativo, en sintonía con su comprovinciana Roxana Latorre. En tanto, el otro santafesino de fuerte oposición a las retenciones móviles K, el socialista Rubén Giustiniani, se mostró optimista, augurando una “votación pareja”.
Con vistas a las legislativas de 2009, no habría que descartar que los reutemistas acaben negociando una lista única con el kirchnerismo, como lo hicieron en las internas provinciales, pero con esa estrategia serían funcionales al socialismo, que sabría orientar contra ese bloque el voto castigo que muchos santafesinos pergeñan desde ahora. Figuras como el tesonero Agustín Rossi o el flexible Jorge Obeid, inmolados a los pies de los Kirchner, hoy tienen más posibilidades de aterrizar en la Jefatura de Gabinete, o en la cotizada embajada argentina en París, que de presentarse con medianas expectativas ante el electorado de la provincia agrícola de Santa Fe. En conclusión, si los seguidores del Lole concurren solos a las legislativas, y el gobernador Hermes Binner consigue recrear el Frente Progresista, podría suceder que la delegación de diputados K de nuestra provincia se reduzca a una mínima expresión.

Peligro de contagio
Así como en el escenario santafesino los Kirchner muestran desmoronamientos antes de tiempo -como el Glaciar Perito Moreno-, el mismo fenómeno electoral podría reeditarse en otras provincias, con el riesgo de enfrentar los dos últimos años de mandato con minoría legislativa, abriendo un panorama sombrío para el proyecto reeleccionista. En este sentido, la ruptura con el vicepresidente Julio Cobos, líder de la Concertación Plural en extinción, prueba las dificultades de sostener la alianza transversal que elucubraba hasta hace poco tiempo el matrimonio presidencial, cuando denostaba el pejotismo y evitaba cantar en público la marchita. Ni siquiera la obstinada militancia del ex gobernador bonaerense Felipe Solá -especialista en temas agropecuarios- consiguió persuadir a la Casa Rosada de que, con unas pocas correcciones, se podía generar una ley de consenso y, con ello, garantizar la salida definitiva del conflicto. No sólo que no le dieron lugar, sino que el pacifista Carlos Kunkel se ocupó de apretar a Solá en medio de su discurso (“Traidor, hijo de puta”, le espetó varias veces desde una banca vecina), por si no hubieran bastado los empujones que sufrió el justicialista no alineado cuando ingresaba al recinto de sesiones. “Este Gobierno no tiene política agropecuaria”, había dicho Felipe, tan lejos de los enceguecidos oficialistas, como de los fundamentalistas opositores. Apelando al sentido común, un núcleo de legisladores oficialistas intentó que no se ratificara, con fuerza de ley, la misma causa que había ocasionado el conflicto. Pero, al menos en Diputados, fue en vano.
Sin embargo, es un buen síntoma que las principales voces del campo -incluido el combativo Alfredo De Angeli- hayan descartado el regreso a las rutas, una metodología dura que si bien resultó clave para darle visibilidad a la protesta y conseguir valiosas reformas respecto de la medida original, también mostró efectos indeseables. Hoy, un corte de rutas, uno solo, no despertaría simpatías, sino un repudio social generalizado, y sería una torpeza mayúscula que el campo arriesgara su flamante condición de sujeto político medular para cualquier construcción de poder en la Argentina. Sin embargo, aun cuando no recurra nuevamente a manifestaciones radicalizadas, la protesta ruralista podría extenderse por otros medios, y con una siembra a desgana y una fertilización a reglamento, por ejemplo, lejos habrá quedado el sueño de incorporarnos a la revolución agrícola que está pasando delante de nuestras narices.
Mientras tanto, nuevos desafíos se avecinan para los Kirchner. Sin la excusa del paro agrario, temas como la inflación, la pobreza, los jubilados, la crisis energética y la deuda externa, entre otros, se impondrán en breve en la agenda pública, pero en un escenario un poco más complicado que el de principio de año. Mucho tendrá que repechar el matrimonio presidencial para recomponer los deteriorados vínculos con vastos sectores medios urbanos y rurales, sobre todo si luego de la votación de Diputados se contenta con el resultado numérico y no sabe, o no quiere, o no puede, interpretar las consecuencias políticas de esta crisis.

(Publicado el lunes 7 de julio de 2008 en diario El Informe)

Tal vez no cambie nada, ni el esquema de retenciones ni la bronca del campo

Después de mucho discurso y poco debate, el análisis de las retenciones móviles en las comisiones de Agricultura y Hacienda de la Cámara de Diputados, pasó anoche a cuarto intermedio hasta hoy a las 10, a pedido de la oposición, cuando se descontaba la votación del dictamen de mayoría y el pronto tratamiento en el recinto de sesiones. La propuesta del oficialismo no muestra cambios significativos respecto del proyecto remitido por el Poder Ejecutivo, aunque contemplará en el régimen de compensaciones a los productores de hasta 750 toneladas anuales de soja o girasol, entre otras concesiones. Todavía no hay garantías de que la iniciativa kirchnerista vaya a contar con el respaldo suficiente. De todos modos, aun cuando consiga obtener, primero el quórum, y luego la mayoría simple, se correría el riesgo de que el conflicto no se resuelva, dando lugar a la tan temida victoria pírrica.
Se había insistido una y otra vez en la genuina apertura de la discusión legislativa, a los efectos de conciliar una ley superadora, pero entre los ruralistas reina la sensación de que en las comisiones se escucharon todas las voces como un trámite burocrático, y con la decisión previa de aferrarse a la letra original de la Resolución 125. En busca de reunir el número necesario de legisladores, entre propios y aliados, se agilizaron los mecanismos de reintegros y se eliminaron algunas restricciones. También se incorporó un histórico anhelo de la Federación Agraria, como la ley de arrendamientos (extiende a cincos años el contrato agrario mínimo), que el kirchnerismo se negó a tratar en cinco años y ahora podría aprobar, a la par de la fijación del impuesto a las ganancias para los fideicomisos agrícolas (pools de siembra). Insólitamente, estas propuestas, que ni siquiera figuraban en la agenda próxima del oficialismo, terminaron agregándose como una concesión a los diputados más vacilantes del arco progresista y al sector gremial liderado por Eduardo Buzzi. Aunque se están evaluando a las apuradas, estas medidas -correctamente instrumentadas- podrían contribuir a un cambio positivo en el modelo de desarrollo rural, favoreciendo la distribución de la tierra, de modo tal que los pequeños agricultores ganen más trabajando la tierra que entregándola en alquiler a los voraces pools, con los conocidos perjuicios para los pueblos del interior.
Mientras tanto, la oposición más dura insiste con la suspensión por 120 días de la Resolución 125, y otros grupos dispersos, militantes de un consenso cada día más utópico (en la reunión de comisiones sobresalieron las lúcidas intervenciones de Felipe Solá y Claudio Lozano), se empecinan en diseñar una alternativa intermedia que contenga a todos los sectores, planteando retenciones segmentadas y alertando sobre la injusticia de cargar a los pequeños productores conforme asciende el precio de los cereales, pero desconociendo desde el Estado el brutal alza de los insumos para la producción.

El pecado original
Pero, ¿cuáles eran las mayores objeciones a la 125? En primer lugar, haber tomado al campo como una sola cosa; como si todo fuera la pampa húmeda; como si no existiera otra actividad que la soja; como si todos los productores disfrutaran de tierras y máquinas propias, con abundancia de escala y tecnología. Este grueso error fue el detonante de la más evitable de las crisis argentinas, porque, si bien es cierto que hay productores del núcleo sojero con renta extraordinaria, como consecuencia de los precios internacionales de la oleaginosa y del tipo de cambio que mantiene el Gobierno, también es notorio que existen otros sectores, menos favorecidos, como los pequeños arrendatarios, cuyas posibilidades de competir se achican inexorablemente con las referencias del mercado fijadas por los pools de siembra, que son pocos pero monopolizan la tierra y la producción. En rigor, tal cual como fue presentada el 11 de marzo, la Resolución 125 era fuertemente regresiva -abusando de la retención como política fiscal- y profundizaba la concentración de la tenencia y la producción de la tierra. Recién ahora, bajo la presión ruralista y opositora, aquella medida adquiere perfiles un poco más decorosos. Fue en el entorno de la protesta que el Gobierno introdujo sucesivas modificaciones, aunque nunca convencieron a la Mesa de Enlace. En primer lugar, fueron reintegros -con mecanismos enmarañados- para los productores de hasta 500 toneladas, apenas los Kirchner descubrieron el error de haber tratado a los distintos como iguales; y más adelante, el plan de redistribución social (construcción de hospitales, viviendas y caminos con la recaudación adicional de las retenciones), cuando detectaron la marcada solidaridad de gobernadores, legisladores provinciales e intendentes con los reclamos del campo.
El desembarco del proyecto en el Congreso recién se concedió cuando no había más opciones y los antagonismos se habían exacerbado hasta el extremo, condicionando desde el vamos el tratamiento legislativo con las ofensas mutuas más duras que se recuerden en los últimos tiempos de la historia política argentina. Fue un manotazo de ahogado, casi como última instancia para correr la protesta de las rutas, en busca de descomprimir la crisis desatada por un zarpazo irresponsable, el de las retenciones móviles a través de una resolución ministerial. Más aún, esta semana trascendió que el envío del proyecto al Congreso se precipitó ante la advertencia de la Corte Suprema de que el Gobierno estaba incurriendo en una inconstitucionalidad. Enseguida, Kirchner, habituado a ejercer presiones sobre los legisladores del Frente para la Victoria, hizo el mismo intento con el presidente del máximo tribunal, Ricardo Lorenzetti, instándolo a desmentir la versión periodística, pero se topó con un saludable desaire de los ministros de la Corte que, paradójicamente, reivindica a todos los que elogiamos al ex presidente en los albores de su mandato por derrumbar la mayoría automática adicta al menemismo.
Algunos legisladores, esperanzados con el cuarto intermedio, aún creen en el milagro de arribar a un consenso. Sería lo más conveniente para todos que el Parlamento no dilapide esta oportunidad. Un triunfo oficialista en un marco reñido legalizará una situación, pero no recompondrá las relaciones. Ya no hay margen para cortes de rutas, ni expresiones de repudio semejantes, que ya demostraron sus efectos indeseables, pero el campo, más allá del combate judicial, invertiría más esfuerzos en protestar que en producir. Ese es un lujo que el Gobierno no puede ni debe darse. Tal vez, por un exceso de soberbia, se imponga en la absurda batalla de las retenciones móviles, pero al costo de privarnos a los argentinos de protagonizar una inédita revolución agrícola y agroindustrial.

(Publicado el viernes 4 de julio de 2008 en diario El Informe)