Conmovedor "cacerolazo" sacudió la calma venadense

La espontánea salida a las calles de unas 700 personas quebró la abulia tan criticada de los venadenses. La movilización incluyó una marcha por las arterias céntricas al ritmo del tintineo de las cacerolas. Los reclamos fueron coincidentes con los expresados en todo el país. También el intendente Scott fue blanco de la ira de los manifestantes. Anuncian un próximo “cacerolazo”. No se produjeron disturbios.

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Uno de cada 100 venadenses salió a la calle alrededor de las diez de la noche del último viernes. Tan lejos de una multitud como de la apatía que merecía la crítica del resto de las más comprometidas poblaciones del sur santafesino. Unas 700 personas en el área céntrica de la ciudad constituyeron la manifestación de protesta más trascendente de las últimas décadas. Tal vez haya sido la más numerosa de la historia de esta ciudad centenaria desde 1984.
Pequeñas delegaciones barriales se acercaron entre sí, poco a poco, según el ritmo de las ya míticas cacerolas y confluyeron más tarde en la esquina de la Catedral, en Belgrano y 25 de Mayo. También las estrofas del Himno nacional, el estruendo de algunas bombas y un coro de bocinazos, adhirieron entusiastas al histórico despliegue local, donde no faltaron banderas argentinas flameando y unos pocos improvisados carteles que denunciaban la espontaneidad de la movilización.
El televisado salto a las calles de los porteños en los distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires contribuyó a envalentonar a los venadenses para expresarse en contra de la crisis, así, caóticamente, sin demasiada organización, sin previos acuerdos metodológicos ni tampoco coincidencias ideológicas de fondo.
A su paso, los venadenses recriminaron a la clase política en general y a los bancos por la confiscación de los ahorros; pidieron la renuncia de los ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación -en sintonía con el resto de las movilizaciones desarrolladas en todo el país-, y también pusieron la mira en el intendente Scott y los concejales, como “representantes” locales del cuestionado poder político nacional.

Los que lo miran por TV
Los partidos políticos tradicionales y los más poderosos sindicatos, otrora conductores indiscutibles de los movimientos de masas, tuvieron que limitarse a mirar por TV las imágenes de una movilización nacida de la impronta de las mismas bases que aquellos siempre tenían a flor de labios para decorar sus discursos. En cambio, el pueblo venadense, antes más predispuesto a transcurrir la vida a través de los episodios que emiten (y en algunos casos manipulan) los canales de Buenos Aires, optaron esta vez por adquirir un protagonismo que colocará al 25 de enero entre las fechas clave de la historia de la ciudad. Así fue como los “habitantes”, al menos durante una noche, se elevaron por fin a la categoría de “ciudadanos”. La marcha por las tradicionales calles Belgrano y San Martín fue absolutamente pacífica, apenas matizada por cánticos amenazantes y dedos acusadores contra los bancos, emblemáticos operadores del perverso poder financiero que en alianza con el poder político saqueó a la mayoría de los argentinos durante el último cuarto de siglo.
El tradicional estribillo: “Si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”, símbolo de mil y una batallas populares, era entonado fervorosamente por los caminantes, en gran parte miembros de las filas de los alicaídos sectores medios de la ciudad, que este viernes salieron a la calle, aunque días atrás ya se habían manifestado mayoritariamente por distintos medios en respaldo a los trabajadores municipales en conflicto con la Intendencia.
Uno de los detalles sobresalientes de la noche fue la resuelta presencia en la calles de unos cuantos venadenses que en otro momento hubieran acudido a la Policía o bendecido el regreso de las Fuerzas Armadas para detener a “la turba vandálica”. Eran otros tiempos. Ahora también cayeron víctimas de la crisis. Una genial planificación política antipopular se había ocupado durante los últimos 25 años de poner las cosas en su lugar. Así pues, el poder económico acabó concentrado en pocas manos sobre una de las veredas, mientras que en la de enfrente se agolparon millones de atribulados argentinos, cada día más resignados -a fuerza del terror y la manipulación- al supuesto carácter irreversible de tan fatídico futuro. En el medio, la calle estaba vacía. Así permaneció por años. Hasta que concluyó el letargo. Y la calle volvió a convertirse en el escenario más apropiado para combatir el “pensamiento único” que se alzó con las ilusiones de un pueblo subyugado por los “espejitos de colores” de los nuevos tiempos.
Como decía uno de los manifestantes, “los venadenses ‘peatonalizamos’ la Belgrano por decisión propia, sin esperar la resolución de los políticos”. Se pronunciaron muchas frases inteligentes y contundentes este último viernes, pero pocas tan gráfica como la citada.

Visitas para el intendente
Antes de la desconcentración, un nutrido grupo de manifestantes escogió como punto final de la marcha el domicilio del intendente Roberto Scott, en Maipú al 600. El jefe del gobierno venadense, fiel al estilo frontal que luce ante los micrófonos, no vaciló en salir a la vereda a recibir los airados reproches de los vecinos. Acompañado de su esposa Amanda, Scott soportó a pie firme -y con fuerte custodia policial- las demandas por falta de trabajo y de comida, como así también algunos insultos y hasta enérgicas exigencias de renuncia por parte de varios de los presentes, que no dejaban de atronar con sus ollas al filo de la medianoche. Con el intendente respondiendo a los reclamos culminó pasada la una del sábado una noche inolvidable para los venadenses. Una noche cuya significación no debería confundirse, pues no se trató de una maniobra orquestada contra Scott ni contra los políticos locales. Se trató de la adhesión local a un clamor nacional por la abolición de la inhumanidad contaminada de corrupción con que se gobernó al país en los últimos años. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, los políticos locales fueron repudiados en su conjunto, sin distinciones, como “exponentes” de una clase que la ciudadanía no tolera más, en tanto no modifique drásticamente el carácter de la representatividad asumida. En tal sentido, el intendente Scott y su grupo de colaboradores -también los legisladores- deberían interpretar cuidadosamente la nueva situación política y comprender, por fin, que no podrán gobernar los casi dos años que les restan de mandato si no ensanchan las espaldas de la administración. El viernes a la noche, el intendente con su presencia y los concejales con su ausencia, recibieron una categórica advertencia popular.
Mientras tanto, son numerosas las entidades intermedias que continúan reclamando por sus derechos mancillados -anuncian un nuevo cacerolazo- y, al mismo tiempo, intentan vertebrar alianzas con agrupaciones afines. ¿El presunto objetivo? Que, alguna vez, el salto popular a las calles, sin perder la frescura de la espontaneidad, persiga la puesta en marcha de un programa específico, un proyecto concreto, un núcleo conciliado de prioridades que, con independencia de los circunstanciales dirigentes, definan el camino a recorrer colectivamente por una población que, hasta ahora, sólo coincide en los sujetos del repudio. Quizá no es poco para la etapa de refundación que recién despunta.

(Publicado el lunes 28 de enero de 2002 en diario El Informe de Venado Tuerto)

Del posmodernismo a la quiebra en sólo 20 años

Acaba de abrirse otra semana que promete ser muy caliente en Venado Tuerto, una ciudad que asiste impotente a la caída libre de pequeñas y medianas empresas, como así también al tembladeral de los grandes emprendimientos productivos, en la mayoría de los casos por la caída del poder de compra que se agravó desde finales del año pasado en el marco de la depresión económica más prolongada de la historia nacional. Por su parte, la mayor empresa pública venadense, el Municipio, con más de un millar de empleados directos y varios centenares de vinculados indirectamente, acentúa su virtual estado de quebranto con la creciente morosidad de la ciudadanía que distribuye como puede -al borde de la desesperación- sus ingresos cada día más recortados y dosificados. El conflicto con los trabajadores municipales se solucionó con la ayuda de letras remitidas por el gobierno santafesino, que podrían canjearse 1 a 1 en los comercios y utilizarse además para saldar tributos locales y provinciales. Sin embargo, la tensa semana de negociaciones entre los administradores y los sindicalistas sirvió además para que todos los venadenses se enteraran del estado de emergencia de las finanzas municipales que el funcionario oportunamente eyectado hasta el área de Producción, Lorenzo Pérez, dejó en manos de Luis Plantón, el amigo que Scott, a su vez, colocó entre los “irreemplazables” del desconcertado gabinete. Hoy, con las brasas entre las manos, el bioquímico de residencia temporaria en Venado Tuerto se debate con la crisis más caótica que la ciudad recuerde. Pocos episodios debe lamentar tanto un secretario de Hacienda como habilitar las cajas de recaudación exclusivamente para que cada peso ingresante se destine a pagar sueldos atrasados a los empleados municipales. Ninguna imagen, por otra parte, podría graficar más nítidamente la parálisis de una administración.
En este sentido, si bien la subsistencia de muchas empresas depende en gran medida de las decisiones políticas y económicas que el Gobierno nacional adopte en las próximas semanas, días atrás, en el medio de la crisis local, el intendente Scott se vio obligado a ofrecer respuestas a los venadenses. Entre ellas, ofrendó la remoción del conjunto del gabinete, pero resultó que transcurridos casi 10 días de los rimbombantes anuncios no habría aceptado la renuncia de ninguno de ellos. El otro gran anuncio de la Intendencia consistió en la posible negociación de las “joyas de la abuela” que aún subsisten en nuestra ciudad, como es el caso de algunas propiedades municipales de privilegiada ubicación geográfica, tales los predios de 9 de Julio y Belgrano, y Lisandro de la Torre e Yrigoyen, entre otros. Escuchar esas propuestas de boca del propio Roberto Scott habrá remontado a los memoriosos a comparar el Venado Tuerto ambicioso de hace poco más de dos décadas con el más anémico de nuestros días. Esa opulencia desmedida fue demostrada por la representación vernácula de la dictadura militar con el alocado anteproyecto del Palacio Municipal que iba a edificarse en 9 de Julio y Belgrano, precisamente uno de los terrenos que ahora figuraría entre las propiedades comercializables del Estado municipal. La sucesión de barbaridades se inició por aquel entonces con la demolición de la “mansión de Andueza” y continuó con el llamado del Ejecutivo local a un concurso nacional de anteproyectos. Sin consultas a las entidades intermedias, sin respeto a la valiosa construcción existente, con un criterio sospechoso del cálculo de costo de la obra y con el solo rechazo de algunos pocos atrevidos, los proyectos de los profesionales se llevaron a cabo y jamás se pagaron los honorarios. Además de las conciliaciones económicas extrajudiciales, recientemente, más de 20 años después, el Municipio recibió el primer embargo por parte de los abogados que recorrieron todas las instancias judiciales y encontraron a la ciudad sin la protección legal de la inembargabilidad de los bienes públicos.
El lunes 2 de noviembre de 1981, en la sección de Arquitectura y Diseño del diario La Voz del Interior, se tituló: ¿Venado Tuerto, capital del posmodernismo argentino?, a una nota que se ilustraba con la perspectiva del proyecto de autoría de arquitectos cordobeses que se adjudicó el cuestionado concurso. Nuestra ciudad se conocía en el país por las revolucionarias características de su próximo Palacio Municipal.
Distante de aquellos delirios de grandeza -apenas opacados por la ilegitimidad de origen de los gobernantes-, la ciudad se desangra hoy para terminar de abonar el costo de un millonario juicio solamente por los planos del faraónico proyecto. Y no tiene muchas mejores ideas, ni tampoco recursos, que entregar en mínima parte de pago el predio donde se hubiera emplazado la construcción. Del palacio posmodernista a la subasta de las joyas de la abuela, sin escalas. Aunque tardarían en manifestarse las consecuencias, en esos años se sentaban las bases de nuestras penurias actuales. No habría que permitir que hoy se continúen cometiendo errores que merezcan reproches dentro de 20 años, o tal vez menos. De todos modos, no habrá demasiadas posibilidades de éxito si los que se oponen son unos pocos, como en esos tiempos. En aquel momento, los sectores intermedios callaron y dejaron hacer; hoy, al menos, debaten qué hacer y cómo condicionar las discrecionalidades del poder político. Este es el gran desafío de la hora para una sociedad que mayoritariamente coincide en lo que no quiere, pero aún está lejos de saber qué es lo que realmente quiere.

(Publicado el 22 de enero de 2002 en diario El Informe de Venado Tuerto)