Daniel Fernández Strauch: la Tragedia de los Andes en el relato de un sobreviviente

Dando inicio al ciclo de charlas organizado por la Sociedad Rural de Venado Tuerto con motivo del 75º aniversario de la entidad, el miércoles último brindó una conferencia en la sala “Jorge Luis Borges” del Centro Cultural, el Ing. Agr. Daniel Fernández Strauch, uno de los 16 sobrevivientes de la Tragedia de los Andes, en 1972. Previo a la disertación ante un auditorio colmado -se agotaron las entradas en la sala inferior y en la superior, donde el público presenció la charla por pantalla gigante-, el uruguayo Fernández Strauch fue declarado Huésped de Honor por la Municipalidad de Venado Tuerto.
En horas de la mañana, tras recorrer las instalaciones de El Informe, donde fue recibido por el director Jesús Vallortigara, Fernández Strauch dejó valiosos recuerdos y reflexiones sobre la odisea que atravesaron desde la caída en plena cordillera del Fairchild 571, el 13 de octubre de 1972, con 40 pasajeros y cinco tripulantes. “Desde el momento mismo del accidente mi meta en la montaña fue reencontrarme con mi familia y eso lo logré, creyendo que había concluido la historia, pero enseguida la prensa amarilla, a partir de nuestra confesión de canibalismo, se largó a decir y a escribir cualquier disparate, y así fue que decidimos hacer un libro con la historia oficial para cortar con las habladurías. Así surgió Viven, un libro que relata todos los hechos, tal cual como sucedieron. Sin embargo, cuando firmamos el contrato con la editorial norteamericana, sin saberlo, cedimos todos los derechos para cine y televisión. Y como todos conocen, la película Viven se filmó sin ninguna injerencia de nuestra parte y con muchas distorsiones de la realidad”, relata Fernández Strauch, agregando que por esa época estaba dedicado a actividades particulares, con bajo perfil, en las antípodas del protagonismo adquirido en momentos cruciales de los 72 días de supervivencia en el frío y la altura de la Cordillera de los Andes. Sin embargo, en el trigésimo aniversario de la Tragedia de los Andes, en 2002, los sobrevivientes de los Old Christians uruguayos fueron invitados a Chile para jugar -simbólicamente- el partido frustrado contra los Old Boys trasandinos. “Era la primera vez que volvía a Chile y cuando llegamos al aeropuerto de Santiago me sorprendió encontrar tantos periodistas, y más aún en el hotel… para la conferencia de prensa de esa noche se habían acreditado las cadenas más importantes de Estados Unidos y Europa. No podía creer que, 30 años después, nuestra historia siguiera despertando interés en el mundo”, confiesa Strauch, que atesora entre sus recuerdos la campera y los lentes del piloto del avión, muerto poco después del siniestro (en la caída murieron 12 personas y durante la inhóspita estadía en la montaña fallecieron otras 17). Tras aquella inesperada recepción, los sobrevivientes inauguraron la página web: www.viven.com.uy, adonde comenzaron a llegarles mensajes desde distintos lugares del mundo, y tamaño impacto emocional decidió a Fernández Strauch, con hijos formados y su economía familiar enderezada, a volcarse por entero a brindar charlas, a la par de su tarea como vicepresidente de la Fundación Viven -integrada por los 16 sobrevivientes-, que desde 2006 emprendió destacadas obras solidarias (www.fundacionviven.org).


De capitán a primos
Sobre su participación en la malograda excursión, recuerda Daniel que él viajó porque su primo Eduardo Fernández Strauch era íntimo amigo y compañero de curso del capitán del equipo de rugby, Marcelo Pérez del Castillo, que había convocado, además de los rugbiers, a parientes y amigos, en virtud del tipo de cambio favorable en el Chile de Salvador Allende. “Yo estaba por recibirme y me había retirado del rugby, así que el objetivo era disfrutar de un viaje de placer entre amigos, aprovechando un paro en la Facultad”, cuenta el conferencista. Y evoca que luego del accidente y el pesar por los muertos y heridos, las expectativas renacieron cuando un DC3 del servicio aéreo de rescate sobrevoló la zona. Casi todos festejaron, pero los helicópteros no llegaban. “Al tercer día, todos nos convencimos de que no nos habían visto. Y el golpe más duro fue cuando nos enteramos por radio, a los 10 días, que se había suspendido la búsqueda. Era un mediodía soleado y caluroso, los más veteranos estábamos dentro de los restos del fuselaje y sentimos los gritos y llantos del exterior. Y enseguida Coco Nicolich se asoma y dice: ‘Muchachos, tengo dos noticias, una mala y una buena. La mala es que suspendieron la búsqueda… la buena es que ahora dependemos de nosotros mismos’”.
La infausta novedad destroza anímicamente a Marcelo (el capitán del equipo), quien se deprime, adjudicándose todas las culpas, así que Daniel Fernández Strauch, junto con sus primos Eduardo y Adolfo, se le acercan para sostenerlo, pero días más tarde Pérez del Castillo fallece en un alud. Desde entonces, como si se tratara de una herencia, los tres Strauch interpretan que debían hacerse cargo de la situación, sobre todo Daniel, con 26 años, mientras que la mayoría de los deportistas eran gurises de entre 18 y 21 años. Había dos grandes prioridades: el racionamiento de los escasos víveres y la preparación de los expedicionarios que saldrían en busca de auxilio. Y esas responsabilidades, con la anuencia del resto, la asumieron los primos de ascendencia alemana. “Todo tenía un valor incalculable, ni el encendedor podía usarse para cualquier cosa, ni la radio Spika -con sus pilas medio gastadas- se encendía más que unos minutos por día para escuchar el informativo de las 7.30”, detalla.


Con carne humana
También son los primos Fernández Strauch los que deciden, entre racionales y desesperados, apelar a los restos de los compañeros muertos para no perecer de hambre en la gélida cordillera. “Era eso o el suicidio colectivo, y la decisión había que tomarla lo antes posible, porque hacía cuatro o cinco días que se nos habían acabado las escasas provisiones. La ración diaria era una tableta de chocolate, una medida de vino en una tapa de desodorante y, de postre, una chupada del tubo de pasta dental”, sintetiza el ingeniero agrónomo. La mayoría aceptó comer carne humana, pero algunos se resistían -en la espera de un milagro-, hasta que la noticia de la suspensión de la búsqueda cambió las cosas. “Cuando todos supimos que sólo dependíamos de nosotros, la banda de amigos se transformó en un verdadero grupo. Y los primos asumimos mayores responsabilidades, porque teníamos que organizarnos y, entre las tareas más delicadas, había que cortar los cuerpos de nuestros amigos”, subraya. “Cortar carne de sus amigos muertos era la más difícil y desagradable de las tareas que habían de realizar”, cuenta el libro Viven. Luego, la distribución del alimento obedecía a una estrategia, porque no comía lo mismo el que se quedaba en el avión que aquellos que se estaban preparando para la expedición en busca de socorro. “Ellos eran los únicos privilegiados, con la mejor comida, el mejor lugar en el avión, la mejor ropa”, grafica. Tanto es así que se generaron conflictos de poder entre los expedicionarios y los primos. “Es que a veces se les iba la mano”, argumenta Daniel. Pero la expedición había sido muy bien preparada, y a los 10 días de la partida, al límite de las provisiones, los enviados Roberto Canessa y Fernando Parrado tomaron contacto con el arriero chileno Sergio Catalán, posibilitando el rescate en helicóptero que tan bien refleja el filme, en las vísperas de la Navidad del '72, con cóndores al acecho y huesos humanos que el deshielo se empecinaba en descubrir. Hoy, en ese preciso lugar, todo lo resume una cruz, en la blancura eterna e inmensa de la nieve.


Nada es imposible
En cada una de sus conferencias, Daniel Fernández Strauch dirige al auditorio un mensaje esperanzador, así como valoriza la solidaridad, el liderazgo y el trabajo en equipo, como base indispensable para cualquier cometido. “Cualquier persona normal, cuando se enfrenta a situaciones inesperadas o extremas, conoce sus verdaderas posibilidades, porque se trata de fuerzas desconocidas que anidan en su interior. A veces, cuando la mano viene complicada, bajamos los brazos y nos rendimos, pero siempre se puede un poco más. Los límites los fijamos antes, pero siempre se pueden correr. Muchos me dicen que en esas condiciones, con noches de 40 grados bajo cero, no hubieran soportado tanto tiempo, pero yo les digo que tendrían que haber estado ahí, aislados del mundo, solos ante la inmensidad, para demostrarse cuánto podían. También aprendimos a vivir sin nada -advierte-, y al mismo tiempo supimos que no se puede sobrevivir sin esperanza y sin amigos. Recuerdo, entre tantas anécdotas, que uno de los muchachos me ofrecía un billete de 100 dólares a cambio de un cigarro y yo, entre risas, le gritaba: ¿Para qué me sirve esa porquería?”


Mineros chilenos
“En los primeros días nuestra experiencia fue comparable con la de los mineros chilenos sepultados por el derrumbe en Copiapó, porque no se sabía nada de ellos. Incluso nosotros pedimos que de ninguna manera se suspendiera la búsqueda. Pero después que los encuentran, ambas historias ya no tienen nada en común. Porque ellos tenían provisiones, clima más benigno y comunicación con el exterior, más allá de la nerviosa espera y los riesgos de nuevos desmoronamientos. El caso hubiera sido semejante si los dejaban de buscar y ellos salían luego por sus propios medios, pero, insisto, como se dieron las cosas, las similitudes se dieron sólo en los primeros días”.


La historia oficial
“En el libro Viven, escrito por el inglés Piers Paul Read y publicado en 1974 -fue traducido a numerosos idiomas y es reeditado sin interrupciones desde su lanzamiento-, se relatan los hechos, lo que está en Viven es una verdad expresada en tercera persona, casi con frialdad. En cambio, ‘La sociedad de la nieve’ tiene un enfoque más reflexivo y emotivo, abarcando valores que habían pasado desapercibidos en Viven, que comenzó a escribirse a los tres o cuatro meses del accidente, cuando aún no teníamos perspectiva para evaluar muchas cosas, pues todo era muy reciente”.


Relato de la caída
“Por la ventanilla observé la enorme pared blanca, me abracé al asiento y aguardé el sacudón. Se empezó a sentir la descompresión y todo volaba por los aires. Yo esperaba el golpe final, pero el avión se amortiguó sobre la nieve y se fue deslizando a 400 o 500 km/h, hasta quedar trancado en la montaña de nieve de un alud. El fuselaje se partió por la mitad y murieron todos los que iban adelante”.

(Publicado en diario El Informe el viernes 1 de abril de 2011)