El director de Tránsito, Daniel Virelaude, sorprendió sobre finales de la semana pasada con el anuncio de la próxima colocación de una decena de lomos de burro en distintos sectores de la ciudad. En esa oportunidad, el funcionario aludió también al secuestro de automóviles y motocicletas por incurrir en diversas irregularidades, como falta de documentación (del vehículo y/o del conductor), alcoholemias positivas y la circulación de motos con más de dos personas a bordo. Nada de eso asombró tanto como esa promesa de nuevos retardadores, a pesar de que el intendente José Freyre dijo en su momento que revisaría la continuidad de radares y lomos de burro, las recetas preferidas en la gestión de Roberto Scott, pero que no consiguió más resultados positivos que aumentar la recaudación (un poco para la Municipalidad y más aún para la empresa concesionaria) a través de los radares, y castigar a todos los automovilistas y motociclistas por igual, mediante los lomos de burro. Basta recorrer la Argentina para comprobar que hay un sinnúmero de ciudades, pequeñas, intermedias y grandes, que se las ingeniaron para controlar el tránsito urbano sin necesidad de apelar a estas estrategias en las que pagan justos por pecadores.
En rigor, cuando se alude al concepto de “tolerancia cero”, debe entenderse que es para los infractores y no para el conjunto de la comunidad. Con este criterio basado en los lomos de burro para el área de Tránsito, en Hacienda deberían reclamar el cobro de una sobretasa municipal a los buenos pagadores, para compensar el 30 o 40 por ciento de frentistas que desatienden sus obligaciones tributarias.
Si bien aún no se había objetado desde ningún sector la permanencia en estos últimos meses -desde el 10 de diciembre- de los lomos de burro -unos porque los creen indispensables, y otros por entender que debía desplegarse antes la nueva política de tránsito-, la sorpresa es que se insista con el gastado recurso, pues basta repasar la estadística de accidentes para establecer su fracaso, con el agravante de los perjuicios que ocasionan los montículos al conjunto de los automovilistas, incluyendo roturas mecánicas y contaminación ambiental. Asimismo, es preocupante que en esta etapa -propicia para los cambios- se insista en la siembra al voleo de los lomos de burro, como se jactaba de hacerlo el propio Scott, según el pedido de los vecinos, pero sin sujeción a ningún planeamiento integral del tránsito. ¿Será esto más de lo mismo? Si alguna vez los lomos de burro fueron prometedores, esas expectativas se diluyeron, y es de buen gobernante volver sobre sus pasos y buscar mejores soluciones.
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