Mientras desanda un complicado período de transición -de duración incierta-, que se manifiesta en un gabinete bipolar, integrado por miembros del viejo tronco scottista y de la nueva impronta porotista, el intendente José Freyre siente que, a cada paso, se abren bajo sus pies enormes agujeros heredados de la administración del saliente Roberto Scott. A poco menos de tres meses de tomar la máxima responsabilidad de gobierno, el ex supersecretario cumple con las expectativas populares de cambio dentro del propio oficialismo, tendiendo puentes con la oposición política local y las cooperativas de servicios públicos -incluso antes de asumir- y hasta el con el gobierno santafesino del socialista Hermes Binner, el mismo a quien su suegro, desde el Sillón de Aufranc, había convocado a “echar a patadas de Venado”. Con paciencia de orfebre, Freyre intenta recomponer tantos vínculos deteriorados. Por aquellos tiempos de ejercicio del poder, el marcado personalismo de Scott seducía a la mayoría de los venadenses, tanto es así que los sondeos preelectorales de imagen positiva lo situaban en el segundo escalón entre los candidatos locales, apenas detrás de su propio delfín.
Sin embargo, pocos meses después, la ciudadanía empieza a darse cuenta de las deficiencias de las últimas gestiones de gobierno, que paradójicamente se convierten en los más grandes obstáculos para las pretensiones de Freyre. En este sentido, mientras apura las gestiones para encarar un plan de obras públicas sostenido, relanzar el transporte urbano y ordenar de una vez por todas la prestación de los servicios públicos básicos, la Intendencia se empecina en poner un freno al desmadre del tránsito vehicular, ya no sólo en las rutas cercanas, sino también en el rectángulo urbano. Saben que este año es clave, porque no hay comicios, y los disgustos emergentes de la implementación de una “tolerancia cero” con todas las letras, no se reflejarán en represalias electorales. Además, hoy mismo se corrobora en las calles el malhumor reinante, con episodios de riesgo en casi todas las esquinas, uno detrás de otro, con automovilistas, motociclistas, ciclistas y peatones, como sucesivos protagonistas, además de la saturación de los espacios de estacionamiento. Nada de esto fue previsto por las mismas autoridades municipales que se regodeaban de las “más de 100 mil personas” que residían en nuestra ciudad, presuntamente por sus cualidades dirigenciales. Al mismo tiempo que se lanzaban cifras exageradas, se gobernaba con criterios propios del jefe comunal de una pequeña aldea rural. Ahora, de pronto, las urgencias se levantan ante nuestras narices. Ni siquiera fue estudiado alguna vez el fenómeno de la circulación vehicular en Venado Tuerto, salvo aquella incursión de técnicos del Automóvil Club Argentino (ACA) en la gestión de Ernesto De Mattía -hace unos 20 años-, como ahora lo deja al desnudo la propuesta de la Facultad Regional de la UTN para hacerse cargo de dicha tarea, en el marco de las actividades de la Junta de Seguridad en el Tránsito. Como si se hubiesen puesto de acuerdo para forzar una crítica del estado general del tránsito, la otra propuesta conocida en esa reunión la presentó una agencia de publicidad para implementar una campaña de concientización en la vía pública a través de carteles que se colocarían en los nomencladores… que no están en sus lugares, o apuntan para cualquier lado, como consecuencia de otra fallida concesión -como la tercerización de Hacienda o los radares ruteros-, graficando la desorientación reinante en la materia durante largos años en San Martín y Marconi. No obstante, en esa misma oportunidad, el secretario de Gobierno, Sergio Druetta, fue más lejos aún, puntualizando que se habían encontrado con un plantel de inspectores sin las aptitudes indispensables para una función tan delicada como la de sancionar infracciones que desembocarán en multas pecuniarias, hasta el punto que algunos “no podían labrar las actas porque no sabían escribir”, testificó el funcionario más destacado del gabinete municipal, esclareciendo con cuánta precariedad se gestionaba en la Esmeralda del Sur.
El ataque sufrido por inspectores y policías días atrás, en represalia por el secuestro de algunas motos en inmediaciones de plaza San Martín, muestra que para el impostergable reordenamiento ya no basta con arrestos voluntaristas, sino que se requerirá de un plan integral de largo plazo y, sobre todo, de una firme convicción de las autoridades para enfrentar la tendencia transgresora de la mayoría de la ciudadanía. Tendrán que consolidarse la Educación Vial en las aulas; la Escuela de Conductores para otorgar la licencia, y las campañas de concientización permanentes para recoger frutos en el futuro, pero en lo inmediato es inevitable la aplicación de la celebérrima “tolerancia cero”, para lo cual la Intendencia deberá estar muy bien preparada en todos los aspectos (políticos, legales, operativos, etc.), sabiendo que una vez abierta la cruzada, no hay marcha atrás, y si la hubiese, equivaldría a caer en el ridículo político.
La época es propicia porque también los gobiernos nacional y provincial están urgidos por reducir la siniestralidad en las rutas, y es posible que, por primera vez en su historia, a partir del mes entrante, la Argentina cuente con un Plan de Seguridad Vial en todo el territorio, con una Agencia Nacional de Seguridad Vial, para coordinar y unificar políticas; un Registro Nacional de Antecedentes de Tránsito, para centralizar y penalizar las infracciones cometidas en cualquier punto del país; y una licencia única para conducir (al estilo del DNI), que seguirían emitiendo los municipios y las comunas, previa aprobación de un organismo nacional unificado, para terminar con la picardía de gestionar el carné en las comunas más flexibles. Si la Cámara de Diputados, después del tratamiento en Senadores, no opina lo contrario, a la par de estas reformas se establecería también la licencia por puntos (scoring), que propicia el retiro del carné a los infractores reincidentes.
(Publicado el viernes 29 de febrero de 2008 en diario El Informe)
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