El lunes último este diario reseñó los efectos devastadores que el conflicto entre el Gobierno y el campo está ocasionando en las distintas actividades de la producción, el comercio y los servicios, con especial intensidad en el interior del país. En este sentido, uno de los sectores más afectados es el de los transportistas rurales, que ante la prolongación del cese de la comercialización de granos para la exportación, está impedido de trabajar con normalidad, generando una situación de incertidumbre en miles de familias imposibilitadas de subsistir económicamente. Con pocas jornadas laborales en los casi tres meses de antagonismos, los transportistas de las provincias de Santa Fe, Buenos Aires, La Pampa, Córdoba y Entre Ríos, decidieron cortar las rutas en decenas de puntos estratégicos, reeditando los desbordes de los primeros tiempos de paro agropecuario, que precipitaron inquietantes signos de desabastecimiento. Luego de la tregua resuelta el 2 de abril en Gualeguaychú, los productores volvieron a las rutas, pero con metodologías más racionales, en busca de no resentir la alianza del campo con los principales centros urbanos.
Sin embargo, al mismo tiempo que la Comisión de Enlace institucionaliza sus procedimientos con una estratégica visita a la Defensoría del Pueblo y la junta de firmas para que las retenciones móviles y la política agropecuaria desembarquen en el Congreso de la Nación, decenas de piquetes se multiplican sin piedad. Paradójicamente, ahora son los ruralistas los que cuestionan estas actitudes, advirtiendo que “los camioneros quieren desprestigiar la protesta”, según palabras del presidente de Federación Agraria, Eduardo Buzzi, que también los considera “funcionales al Gobierno”. En tanto, los camioneros -que no tienen nada que ver con el sindicato de choferes de los Moyano- se dividen entre adherentes al paro agropecuario e “imparciales”, pero la mayoría coincide en abjurar de las estrategias kirchneristas. Como también interpretan que con sus medidas de fuerza podrían apurar una vuelta a la negociación y, desde ya, que los productores no reanuden el paro tan temido desde la semana próxima.
Ayer, la situación fue caótica, caracterizada por interminables filas de camiones, colectivos y automóviles paralizados durante largas horas en las rutas, con la consecuente interrupción de los servicios interurbanos de transporte de pasajeros, y sin contemplar ninguna salida de emergencia, ni para ambulancias ni para bomberos, hasta completar el descalabro con el desperdicio de miles de litros de leche que ya no podían esperar más en las decenas de cisternas varados.
El clima de angustia e incertidumbre se potencia por estas horas. Los comunicadores sugieren con naturalidad, como si rigiera el estado de sitio, que quien no esté obligado a viajar, ni siquiera se acerque a las rutas, por las demoras, y también por el malhumor reinante, donde se generan fuertes reproches entre los propios transportistas manifestantes, incluyendo escenas de tensión en los puntos de cercanía con los campamentos ruralistas.
Más allá de las especulaciones sobre las intencionalidades de estas metodologías extremas, que podrían desembocar otra vez en problemas de abastecimiento de alimentos y combustibles, los actores protagónicos de esta novela interminable tienen que tomar nota de estos efectos no deseados, y recomponer prontamente el diálogo, pero no desde el formalismo protocolar, sino con la indispensable generosidad que requieren estos momentos tan difíciles para el país.
(Publicado el jueves 5 de junio de 2008 en diario El Informe)
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