La puesta en escena del Gobierno con transportistas rurales de mínima representatividad y la instrucción a los gobernadores de denunciar ante los jueces federales los cortes de rutas para proceder al despeje, auguraban lo peor para el fin de semana largo. Y así fue en el piquete más mediático, el de la ruta 14, en Gualeguaychú. Había otros, pero se eligió el más emblemático de estos casi 100 días de conflicto entre el Gobierno y el campo, como consecuencia de un ajuste impositivo que, instrumentado con prudencia y legalidad, puede ser beneficioso para el desarrollo equitativo del país, pero, mal planteado, es capaz de generar un desastre, como lo testifica esta ola de repudios masiva y espontánea. Se presume que el objetivo del sábado fue mostrar que eran los ruralistas los que interrumpían el tránsito y desabastecían las ciudades. En rigor, se está librando una formidable batalla comunicacional, donde cada antagonista trata de salpicar al otro. En este sentido, aun sin desatar una represión feroz, la imagen de los gendarmes pertrechados acometiendo (¿tres meses después?) contra los productores, resultó un búmeran para las intenciones oficialistas, que pecó de debilidad justo cuando intentó exhibir fortaleza. Hasta Alfredo De Angeli encontró -salvando las distancias- su propio 17 de octubre, con la detención y posterior regreso al piquete, al mismo tiempo que centenares de campamentos ruralistas en todo el país -muchos lucían debilitados- se fortalecían con la presencia de nuevos manifestantes. En nuestra ciudad, ya sin camioneros a la vista, el corte de las rutas 8 y 33 era total en la tarde del sábado, y un gentío se acercaba a la carpa, desafiando la humareda de los campos incendiados, la escasez de combustible y la gélida noche que se avecinaba.
Más tarde resurgían los signos de flaqueza del Gobierno, que insistía a través de sus voceros con la absurda teoría del golpismo, en una suerte de escudo simplificador para no observar los profundos motivos de la más vertiginosa descapitalización política que se recuerde en la historia argentina casi bicentenaria. En cambio, dstintas formas de desestabilización -estas sí que fueron ciertas- sufrieron en los últimos tiempos, desde Alfonsín hasta De la Rúa, sin olvidar el empujoncito que le dieron al puntano Rodríguez Saá. Otro episodio tragicómico de esa noche fue la presencia de Néstor Kirchner en una Plaza de Mayo vacía, mientras sus seguidores convocaban, en un exceso de paranoia conspirativa, a “defender el gobierno nacional y popular del golpe económico”.
Aunque se desgañite buscando culpables afuera, el Gobierno padece su propia impericia, a partir de una medida tributaria improvisada -mereció varios retoques-, que hasta olvidó que debía tratarse en el Congreso de la Nación. Pero, más allá de las legalidades, se trata de una torpeza política, por no haber evaluado las consecuencias de la resolución ministerial que hoy resultan devastadoras para el Gobierno y el conjunto de los argentinos, sobre todo para los más humildes, cada vez más numerosos, si se los mide con el verdadero índice inflacionario.
El Gobierno eligió como enemigo al campo, excluyendo de la misma misión solidaria con fines redistributivos a otros grandes beneficiarios del modelo exportador, en una actitud que comienza a explicar la extraña alianza de pequeños chacareros y grandes terratenientes. Era sugestivo el acompañamiento a los Kirchner de las corporaciones banqueras, industriales y de la construcción, aplaudiendo la fiereza kirchnerista para concentrar las sobrecargas tributarias lejos de ellos. Antes aun, se habían establecido las mismas cargas impositivas agrícolas a los más chicos y los más grandes, tratando como iguales a los desiguales (es inadmisible aplicar la misma retención a un pool sojero de 10 mil hectáreas que a un arrendatario de 100 hectáreas, así como es reprobable que paguen el mismo IVA por un litro de leche un millonario que el beneficiario de un Plan Trabajar), favoreciendo la concentración de la tierra en pocas manos y desalentando las producciones demandantes de mano de obra intensiva. Porqué no gravar exclusivamente a los menos de 2 mil grandes productores que controlan el 50 por ciento de la soja, y tienen espalda -por escala y tecnología- para soportar mayores presiones tributarias. Con el actual nivel de retenciones, estos sectores ya están tratando de comprarles sus campos a los pequeños productores, atemorizados por una rentabilidad deteriorada, sobre todo en las regiones más desfavorecidas. Una cosa es que el Estado intervenga -como debe ser- y otra es que lo haga con discrecionalidad, asociado con unos (“capitalismo de amigos”) y divorciado con otros.
El ala progresista K teje sesudas teorías sobre la irrupción de la nueva derecha, pero no quiere ver que es el propio Gobierno el que alimenta esos engendros. Hasta Carlos Reutemann, que podría encuadrarse en la centro-derecha del espectro político, fue resucitado por la torpeza kirchnerista, negociando fuera de hora una lista única para evitar una derrota indecorosa en la interna peronista santafesina, y todo porque el Lole y su delfín Ricardo Spinozzi desafiaron al Gobierno enrolándose en la causa chacarera, siendo que hace tres meses la candidatura del Tino era apenas testimonial.
Con su incapacidad para resolver el primer gran intríngulis de su lustro de gestión, los Kirchner no sólo alimentan los proyectos de derecha que tanto denuestan (por fuera o por dentro del PJ), sino que ellos mismos archivaron las insinuaciones de “transversalidad progre” y fogonean ciertas falanges fascistoides aliadas, devenidas milicias civiles, en el discurso (reclaman “rendición incondicional”, al estilo Kirchner) y en la acción directa.
Así como el Gobierno recibió la semana pasada a los camioneros que estaban de paro, es indispensable que haga lo propio con el campo y se recobren cuanto antes el diálogo y la paz social. La más pesimista de las hipótesis advierte que Néstor Kirchner radicalizará el escenario cada vez que esté cerca el acuerdo, porque en su lógica política no hay otra salida que aniquilar y pisotear a los productores agropecuarios para recuperar el crédito dilapidado en el interior. Si así fuera, los argentinos aún tendremos mucho que lamentar. En la Casa Rosada ya se desliza que sólo un milagro podría lograr que el oficialismo no pierda la mayoría en Diputados en 2009 e, incluso, algunos arriesgan que hay resistencia a tratar ahora las retenciones en el Congreso -como manda la Constitución- porque, al menos en ese tema, ni siquiera podría contener a su propia tropa, que es mayoría en ambas cámaras.
El miércoles próximo, con multitudinarias manifestaciones de una y otra parte, es posible que estemos mucho peor aún, más lejos de las negociaciones, con pérdidas económicas multiplicadas, divisiones sociales exacerbadas y la violencia acechando.
(Publicado el lunes 16 de junio de 2008 en diario El Informe)
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