Cristina Fernández llegó a la Presidencia de la Nación con el discurso de la “calidad institucional”, insinuando que después del primer mandato K, en medio de la emergencia, sobrevendría un período más respetuoso de las formas, tan vapuleadas desde el verano 2001-2002, con la temprana salida de De la Rúa, en el marco de un vacío de poder, y los sucesivos relevos presidenciales -incluido el “golpe palaciego” contra Adolfo Rodríguez Saá-, hasta desembocar en la asunción de Eduardo Duhalde. Nadie debería olvidar aquellas caóticas jornadas. Rumbo a la normalización institucional, Duhalde se autoexcluyó de los comicios de abril de 2003, y luego de recibir las negativas de Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, tentó al santacruceño Néstor Kirchner para cederle el dominio del poder político, facilitando numerosos ministros propios en el inventario, como Roberto Lavagna en la estratégica cartera de Economía. Así, de pronto, Kirchner se encontró con el Gobierno de la Nación en sus manos, tras sucesivas experiencias de gestión en la Intendencia de Río Gallegos y en la provincia petrolera de Santa Cruz, con tantos habitantes como nuestro departamento General López, pero con muchas más regalías. No sólo que Duhalde le prestó sus más eficientes colaboradores y le reveló la receta de las retenciones a las exportaciones, sino que diseñó un perverso sistema electoral -los neolemas- para eliminar en segunda vuelta a Carlos Menem. Aunque podría triunfar en primera vuelta, como ocurrió, la deteriorada imagen del riojano lo dejaría luego fuera de carrera, según se especulaba. El astuto ardid duhaldista dio sus frutos: Menem ni siquiera se presentó al balotaje y a Kirchner le bastó con el segundo puesto para su consagración, ratificada políticamente en las legislativas de 2005.
El año pasado, la reelección kirchnerista, esta vez con Cristina en la Casa Rosada y Néstor en Puerto Madero, se produjo en otro contexto, más presentable, dando lugar a nuevas expectativas, alimentadas por la misma mandataria, con esas promesas de calidad institucional, reforma tributaria y redistribución de la riqueza. El crecimiento sostenido de la economía, entre otros indicadores, reforzaba las ilusiones, aunque desde hace largos meses el modelo económico está jaqueado por un proceso inflacionario que no puede ocultar ni la manipulación del Indec (el 1,1 por ciento de marzo es otra mentira escandalosa que mina la credibilidad de Cristina), ni los subsidios millonarios otorgados a las grandes empresas formadoras de precios para deformar la realidad.
Luego, el paro del campo, originado por una medida desacertada -en tiempo y forma- de la Presidencia, precipitó los reclamos que casi todos los dirigentes opositores -también algunos oficialistas- preferían guardarse para más adelante, incluido el gobernador santafesino Hermes Binner, que en medio del conflicto pidió el retiro de las retenciones móviles y la convocatoria al Consejo Federal Agropecuario para diseñar políticas conciliadas para el sector, y ahora, tomando más distancia aún, consideró que “el Gobierno no entiende el problema del campo”.
Pero el alejamiento de Binner de los Kirchner no se limita a los discursos, sino que también se manifiesta en la interna del socialismo, a llevarse a cabo en todo el país el 8 de junio. Tras largas negociaciones, acordó una lista con su enconado adversario interno Rubén Giustiniani para enfrentar a los “socialistas K”, que quedaron en franca minoría ante el vuelco del gobernador. En consecuencia, la torpeza política del kirchnerismo con el campo, que consiguió unificar en la protesta a la Federación Agraria con la Sociedad Rural, podría generar, como se desprende de este reacomodamiento del PS, la formación de una alternativa progresista a la del propio Kirchner. Hasta hace pocas semanas se proyectaba un hipotético escenario de confrontación entre el kirchnerismo y, tal vez, un conglomerado opositor sustentado en la nueva derecha macrista, con la Coalición Cívica navegando como aislada expresión testiomonial; pero hoy se fortalecen las chances de que una opción de centro-izquierda construya una fórmula presidencial para 2011, a la luz de las demandas generalizadas de calidad institucional y criterios redistributivos que despertó el reclamo sectorial del empresariado agropecuario.
De hecho, comienzan a instalarse en la agenda pública -aunque eso disguste al Gobierno-, la necesidad de un protagonismo del Congreso de la Nación en la fijación de los impuestos a las exportaciones (retenciones) y del debate de la Ley de Coparticipación Federal, que establece la Constitución reformada en el ’94, y aún se adeuda. En este sentido, hoy se realizará en la ciudad de Córdoba un encuentro de dirigentes opositores para impulsar el pedido de nuevos mecanismos de distribución de los recursos entre las provincias, donde se aguarda la influyente presencia de Binner.
Mientras se espera para el mediodía de hoy la reanudación del diálogo entre el Gobierno y el campo, los sondeos nacionales y algunas encuestas encargadas en pueblos de nuestra región, son coincidentes: la gran mayoría de la población está de acuerdo con los planteos de las entidades agropecuarias, a pesar de las contradicciones internas y las funestas consecuencias de los piquetes rurales. Al mismo tiempo, es notoria la caída de la imagen de Cristina, aunque hoy mismo podría empezar a revertir esa tendencia si en lugar de sembrar vientos, como en la catarata de discursos, actúa con la sobriedad de un hábil piloto de tormenta.
Como una burla del destino, mientras el kirchnerismo decretaba el corrimiento de todos los críticos a su derecha, por el otro lado se le escabullían destacados extrapartidarios que ya contaba como propios, más aún después de archivar el voluntarista alarde de transversalidad para refugiarse, en breve, en el comando del aparato del PJ, a la par de los barones del conurbano bonaerense, los mismos que denostó Cristina tiempo atrás, con el mote de “mafiosos”, pero que el 1 de abril convocó a la plaza de Mayo para “defender a la democracia”, en tanto que tildaba de “golpistas” a los que osaron cuestionar sus erráticas políticas para el campo.
Ayer nomás, Néstor Kirchner aprovechó la asamblea general de la Federación Argentina de Municipios (FAM) para realinear a los intendentes del Frente para la Victoria, muchos de los cuales, en sintonía con gobernadores, senadores, diputados y jefes comunales oficialistas de todo el país (algunos por convicción ideológica, otros por especulación electoral), apoyaron los reclamos de los productores agropecuarios, descubriendo las flaquezas de un Gobierno que se empecina en cederle a otro espacio político, aún inexistente, las expectativas de justicia social, progresividad tributaria e institucionalidad que buena parte de la población había depositado en él.
(Publicado el viernes 11 de abril de 2008 en diario El Informe)
1 comentario:
No veo el post Juan
Publicar un comentario