Sobisch no es inocente, ni tampoco el único culpable

Otra vez hizo falta un muerto. Como el soldado Carrasco para desterrar los abusos del viejo régimen del servicio militar, como la adolescente catamarqueña María Soledad, para dejar expuesta la impunidad del poder en las provinciales feudales. Ahora, la muerte del docente Carlos Fuentealba en tierras neuquinas desató una súbita solidaridad con el reclamo de los maestros, cosa que no había ocurrido del mismo modo para reforzar las recientes medidas de fuerza en pos de salarios justos y condiciones de trabajo dignas. En nuestra provincia, sin ir más lejos, el gobernador Obeid respondió los pedidos docentes con la reinstalación del extorsivo presentismo. ¿Será que no nos conmueven las causas, sino las consecuencias? Quizá no estaríamos lamentando una muerte tan absurda si los docentes eran acompañados masivamente en la protesta para recuperar la alicaída educación pública. En fin, el pueblo también se equivoca, como también se equivocó, y mucho, el gobernador Jorge Sobisch. Tras la Semana Santa, la casa estaría en orden de haber destinado a la educación de su provincia una porción de los fondos que viene invirtiendo en su millonaria campaña presidencial. Como crueldad del destino, la dureza que él eligió para tratar a los maestros, fue interpretada al pie de la letra por un ignoto policía, que apuntó a un grupo de empleados -estatales, como el uniformado- como si se tratara de la fuga de forajidos de la peor calaña.
No es Neuquén una provincia pobre, como tampoco la presidencial Santa Cruz, pero como sus primas pobres del norte del país, se igualan en la brutal desjerarquización de la educación pública, esa que debería brindar igualdad de oportunidades, esa que puede definir por sí sola si un gobierno es o no es progresista. Es cierto que la Casa Rosada, a diferencia del Movimiento Popular Neuquino (MPN), no ejerce la represión estatal para la resolución de los conflictos sociales. Pero el kirchnerismo trastabilla con burdas operaciones de sus escribas para descargar todas las culpas en Sobisch. Siendo que hay tantas provincias en conflicto (varias ni siquiera comenzaron las clases), se desprende que el problema no es provincial, sino que es nacional. La verdad es que hoy tenemos un Estado nacional opulento (con reservas de 37 mil millones de dólares) y, al mismo tiempo, una mayoría de provincias pobres y endeudadas. ¿Kirchner es un genio y los gobernadores unos idiotas? Nada de eso. Sucede que, desde la década menemista hasta el presente, nadie corrigió la regresiva medida cavallista de sacarse de encima las escuelas para depositarlas en las provincias, aunque sin entregar los fondos para el financiamiento del sistema. La Argentina necesita, con urgencia, rediscutir la ley de coparticipación federal, pues hoy el Gobierno se queda con casi las tres cuartas partes de los tributos más cuantiosos, y con el ciento por ciento de los centenares de millones recaudados por las retenciones agropecuarias y el impuesto al cheque. ¿Cómo justificar salarios docentes de hambre con estos florecientes números de la macroeconomía? ¿Por qué no aprovechar esta bonanza económica para invertir en una revolución educativa? ¿Por qué tanto subsidio a grandes empresas y tanta desatención de la educación pública? ¿Por qué no un poco de progresismo en el ejercicio del gobierno?


(Publicado el martes 10 de abril de 2007 en diario El Informe de Venado Tuerto)

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