Esta vez la jugada no le salió bien a los estrategas del gobierno municipal. No estaba en sus planes que “La novela de Plantón” alternara épocas de indiferencia con picos de rating en el transcurso del verano. Se sabe que el intendente Roberto Scott no es proclive a hacer renunciar funcionarios. Lo demostró sobradamente durante más de una década de administración. Sólo en la crisis nacional de finales de 2001 y principios de 2002 se animó a reducir el gabinete, aunque no tanto como había previsto en un comienzo. Scott siente las renuncias de los hombres de su entorno como si fueran puñaladas, y las evita mientras le sea posible. Considera esos alejamientos como signos de debilidad ante la oposición política o el periodismo crítico, sobre todo si se trata de funcionarios cuestionados por su desempeño. Sin embargo, sería más sano que, sin tantas especulaciones, se deshiciera más temprano que tarde de los colaboradores que conspiran contra el éxito de la gestión.
El caso del (¿ex?) secretario de Hacienda, Luis Plantón, es uno de ellos. Aunque el concejal Lisandro Enrico, quien en los últimos días reavivó el tema con un pedido de informes a la Intendencia, deslizó que el detonante de la salida podría haber sido un “faltante de dinero” en la repartición, los propios oficialistas, fuera de micrófono, admiten que Plantón debió emigrar por las furiosas internas en las que había quedado entrampado. Por supuesto, el intendente venadense tampoco habría de aceptar la existencia de luchas intestinas en el seno de su gobierno. Sin embargo, no extrañó a nadie que Plantón “se enfermara” y dejara su lugar nada menos que en dominios del secretario “todoterreno” Daniel Dabove, una de las presuntas víctimas del esperancino en la distribución de fondos. En consecuencia, este enroque parece haber definido quién ganó y quién perdió en esa interna del gabinete.
Por otra parte, como bien razona Enrico, si Plantón padeciera realmente una enfermedad inhabilitante, debería seguir cobrando el sueldo sin trabajar, en lugar de prestar servicios en otra fatigosa tarea, como la de representar a la Municipalidad ante la Casa Gris santafesina.
Sería condenable que para encubrir la realidad, y evitar los costos políticos personales, el intendente Scott acabe perjudicando a la ciudad, dejándola acéfala la neurálgica sede de 25 de Mayo y Belgrano, y a la espera de un incierto regreso de Plantón, al tiempo que Dabove se desdobla en compromisos tan exigentes como el control simultáneo de Obras Públicas y Hacienda.
De todos modos, si de costos políticos se trata, “La novela de Plantón” empieza a hacerse larga y aburrida, con protagonistas poco convincentes para explicar lo inexplicable.
(Publicado el miércoles 7 de febrero de 2007 en diario El Informe de Venado Tuerto)
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