Mucho se habló y escribió sobre las recientes elecciones nacionales que consagraron a Cristina Kirchner como Presidenta de los argentinos. Hay numerosas cuestiones que merecen profundizarse en el análisis, como la apatía ciudadana; la deserción de autoridades de mesa, la dispersión opositora, la crisis de los partidos políticos, entre tantas otras. Pero pocos imaginaban la resurrección de la anacrónica estigmatización de gorilas esgrimida por engreídos referentes del Frente para la Victoria contra candidatos y votantes de opciones no peronistas. El primero en hacerlo fue el jefe del Gabinete de Ministros, Alberto Fernández, tildando a los porteños de “soberbios” y de “vivir en una isla”, por haberle dado el triunfo a Elisa Carrió. Hasta el matrimonio K reprendió por el exceso al ex cavallista capitalino. Luego fue el presidente del bloque oficialista de diputados nacionales, el santafesino Agustín Rossi, quien estableció que “a ella (por la postulante de la Coalición Cívica) la votaron los gorilas, que no es la clase media ni alta, sino los represores que están en contra de la política de derechos humanos que lleva adelante el Gobierno nacional” y agregó que “su discurso es peligroso porque trata de retrotraer al país a la división de peronistas y antiperonistas que tanto daño nos hizo a los argentinos”.
Patéticos los discursos de Fernández y Rossi, empecinados en satanizar a los votantes no kirchneristas, como si el modelo buscado fuera una hegemonía sin lugar para opositores. Para colmo, ortodoxos y “progre” del PJ, a coro, califican de gorilas a todo aquél que no coincidió con su preferencia electoral, como si la condición de no peronista fuese equivalente a la de antipopular.
Cuentan que el mote de gorila tiene su origen en los dichos de un impresentable coronel antiperonista, enrolado en la Revolución Fusiladora del ’55 (también denominada “Libertadora”), que por entonces habría manifestado que “los militares somos como los gorilas, porque estamos formados para pelear hasta morir...”. Durante décadas, el vocablo gorila fue el más apropiado para definir el antiperonismo. Eran tiempos en que los sectores populares se identificaban casi exclusivamente con el novel movimiento nacido el 17 de octubre del ‘45. Pero con el correr de los años, se demostraría que también había gorilas dentro del peronismo, como los mentores de la Triple A durante el tercer gobierno del General Perón, persiguiendo, secuestrando y asesinando a militantes progresistas. Más adelante, en el siguiente gobierno peronista, el cuarto del siglo XX, tendría lugar la más ominosa entrega de las reservas naturales y el patrimonio nacional, en los dos mandatos consecutivos de Carlos Menem, en alianza con los Alsogaray y Cavallo. Unos pocos peronistas se retiraron dignamente, condenando al “gorila musulmán”, pero la mayoría -incluido el matrimonio K- se alineó con el modelo antipopular (y gorila) de los ’90.
A estas alturas, es evidente que hay discursos que atrasan y sólo se proponen crear falsas divisiones. Los gorilas, entendidos como sectores antipopulares, existieron, existen y existirán, pero hay que estar prevenidos de los predicadores de versiones demagógicas y maniqueístas de la historia. Es falso que de un lado estén los buenos y del otro lado estén los malos. Gorilas, como suele decirse, hay en todos lados, incluso en el peronismo venadense, entre cuyos dirigentes descuellan reconocidos exegetas de la teoría de los dos demonios acuñada por los golpistas del ’76 para justificar los más abominables crímenes dictatoriales. Asimismo, las últimas elecciones revelaron cómo ciertos gobernantes oficialistas apelaban a los peores ardides clientelistas para perpetuarse en sus funciones, a través de la manipulación de los más carecientes y menos instruidos. Para el elemental Chivo Rossi, gorilas son los que votan o piensan distinto que el peronismo, mientras él y otro coro de irresponsables avalan con el silencio hasta las prácticas más aberrantes, por el sólo hecho de compartir el mismo signo político. Si sos de los míos, vale todo; si no, te combato, sin importar lo que hagas. Puro código corporativo, al filo de lo mafioso. Tal vez Cristina, que también recibió los apoyos más heterogéneos (en Venado la votaron defensores de la dictadura y perseguidos por esos mismos militares), se identifique con los líderes europeos que suele visitar a menudo, y lidere una gestión que priorice la redistribución de la riqueza, la institucionalidad y, de una vez por todas, desaliente las falsas antinomias que algunos trasnochados intentan revivir.
(Publicado el lunes 5 de noviembre de 2007 en diario El Informe)
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