Nuevas elecciones para un viejo vecinalismo

A principio de año, se proyectaba un escenario propicio para corregir los históricos inconvenientes con los padrones para las elecciones de las comisiones vecinales. Sin comicios de intendente ni de concejales, el acuerdo político asomaba más cercano. Votar en las 20 comisiones el mismo domingo del año y, además, hacerlo con un padrón nacional desagregado por barrios, se imponía como un progreso significativo, a los efectos de limitar la influencia de los aparatos, tanto en la jornada comicial como, previamente, en la elaboración de los padrones. Una vez resuelta esta cuestión elemental de la transparencia electoral, estarían dadas las condiciones para abrir el debate conceptual acerca del rol del vecinalismo. Pero basta repasar las páginas de los diarios para comprobar que nada cambió lo suficiente como para despertar expectativas. El 10 de diciembre se cumplirán 25 años desde la restauración democrática en la Argentina, y aunque, por lo general, no quedan dudas sobre la elección de Presidente, gobernadores, intendentes y concejales, en las comisiones vecinales se conserva ese tufillo de las metodologías amañadas de otros tiempos. Es inadmisible que los responsables del área municipal de vecinales aún no hayan conseguido establecer un sistema electoral que sea creíble para la ciudadanía y, en consecuencia, fortalezca la representatividad de las distintas comisiones.
Con el gastado ardid de los empadronamientos barriales, la incorporación de nuevos votantes es controlada por los vecinalistas en funciones. De este modo, no sorprende a nadie que en 12 de los 20 barrios se hayan presentado listas únicas ligadas políticamente al gobierno municipal. En tales condiciones, hasta el armado de una lista de candidatos no oficialista se transforma en una misión hazañosa. Así pues, los próximos dirigentes barriales no tendrán la indispensable legitimidad para plantear las prioridades de sus respectivos sectores. En rigor, es aquí donde se plantea el debate de fondo acerca del rol del vecinalismo que, en nuestra ciudad, salvo excepciones, es entendido como la representación del intendente ante los vecinos, y no como tendría que suceder, con el jefe de la vecinal como el delegado de los intereses de los vecinos ante la Intendencia y el Concejo. Sin dudas, los venadenses asistimos a una flagrante distorsión de funciones, que ayuda a incrementar la indiferencia de la mayoría de la gente, simplemente porque no le descubre sentido a la militancia vecinal y, además, porque intuye procedimientos viciados desde el vamos.
El vecinalismo que contribuye a transformar su lugar en el mundo es el que tiene vida propia, el que no se guarece bajo el ala del gobierno de turno. En este caso, sólo tributará como apéndice del proyecto político del oficialismo, pero jamás tendrá autonomía para operar en representación de los vecinos del barrio. La ciudad necesita mucho más que eso. Necesita una dirigencia barrial jerarquizada, legitimada y preparada, incluso, para definir prioridades presupuestarias municipales en sus sectores a través de mecanismos participativos. Pero estamos lejos. Con estos métodos electorales más dignos de la década infame que del tercer milenio, y con tan obscena dependencia del poder político, estamos lejos.

(Publicado el jueves 20 de noviembre de 208 en diario El Informe)

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