Tiempo de blanquear las cuentas y ordenar el sistema de emergencias

Bienvenida la urgencia por estructurar, de una buena vez, una central de emergencias en Venado. Así comienzan a entenderlo las autoridades políticas municipales y provinciales y, desde ya, los actores más involucrados en el área, como centros médicos, fuerzas policiales y servicios bomberiles.
Nuestra ciudad, con cerca de 80 mil habitantes, atravesada por dos neurálgicas rutas nacionales, caracterizada por un inmenso parque automotor y núcleo de atracción de una vasta zona de influencia (por motivos comerciales, culturales, etc.) que, en ciertos momentos, eleva ese número hasta las 100 mil almas, obliga a la instrumentación de una central de emergencias, a la cual se pueda acudir, a través de un único número telefónico gratuito, para canalizar los pedidos de auxilio. En estas centrales, una figura decisiva del sistema es el despachante, u operador, que en los breves instantes de la llamada, debe detectar la característica y gravedad del episodio, para establecer -en el acto- con qué tipo de unidades, personal y elementos debe asistirse.
Durante largo tiempo, las emergencias fueron cubiertas por los bomberos locales, que con módicas ayudas estatales y la generosa colaboración comunitaria, consiguieron desarrollar su labor con probada eficiencia e, incluso, incorporar modernos móviles y equipos, como así también progresar en la capacitación de sus voluntarios, hasta el punto de incursionar en la labor docente en otros cuarteles.
Sin embargo, el crecimiento poblacional de la ciudad; la demora en construir nuevas rutas (autovías o autopistas); la saturación de autos, motos y bicicletas surcando las calles céntricas; la ausencia de un servicio funcional de colectivos; la proliferación de menores conduciendo; y la imprudencia de la mayoría de los actores del tránsito cotidiano -peatones incluidos-, colocaron a los bomberos ante una demanda inusual con motivo de accidentes. Es común que la tapa del diario del lunes, por ejemplo, resuma la situación con autos volcados o motociclistas estropeados, en tanto que se dedican páginas enteras a la cobertura de los siniestros de cada fin de semana. Esa es la nueva realidad, y no se la puede enfrentar con las mismas metodologías de los años ’80, ni siquiera de los ’90, porque el escenario actual es bastante más complejo.
La administración provincial nunca pudo exhibir un servicio de emergencias medianamente eficiente desde el ’83 a la fecha; los bomberos, por razones de déficit operativo, ya no muestran la excelencia de otrora; y las autoridades municipales, aunque empeñosas en la atención primaria de la salud, no se dedicaron con idéntica intensidad a impulsar una central de emergencias.
Es cierto que con unos pocos centavos de sobretasa municipal o un mínimo adicional en la facturación de la energía, los bomberos recaudarían lo suficiente para equilibrar las cuentas, pero la ciudad necesita barajar y dar de nuevo en la organización de estos servicios, sin descartar la formación de un cuerpo profesionalizado y, por lo tanto, dedicados sus miembros a esa tarea específica. En los últimos tiempos, la vinculación de la entidad bomberil con una mutual de emergencias y rescates, creada sobre sus propias bases, desató fuertes polémicas, hasta el punto que las voces más críticas insinuaron que dicha mutual había debilitado las finanzas del cuartel, aun cuando los directivos argumentan que el emprendimiento se gestó para brindarle un medio de vida a los bomberos, que a veces no consiguen un empleo formal por la particularidad de su rol voluntario.
Desde el Concejo, algunos ediles confían en que decrecerá la demanda sobre los bomberos, y se aliviarán sus penurias económicas, apenas se implemente la nueva central de emergencias públicas 107, como se anunció desde el Ministerio de Salud provincial. No obstante, desde el cuartel se apuraron a cuestionar esa estrategia, advirtiendo que ellos tienen que acudir ante cada convocatoria. En este aspecto, asoma cierto vedetismo, o afán de protagonismo en el manejo de los siniestros, en lugar de admitir las bondades de una labor coordinada, donde cada servicio contribuya con la parte que le toca.
Además, se impone un análisis riguroso de la situación económica de los bomberos, de manera tal que las distintas instituciones de la ciudadanía puedan manifestarse luego de conocer en detalle, tanto los egresos, como los ingresos procedentes de los aportes nacionales, municipales, cooperativos y colaboraciones de la comunidad. En la problemática de las emergencias, que nos concierne a todos, la ciudad tocó fondo, y no tiene sentido insistir en remiendos de corto alcance. La delicada cuestión, si es que se pretende una evolución cualitativa, tiene que examinarse desde el concepto de una central que unifique todos los servicios, y recién en una segunda etapa, desde las especificidades de cada una de las partes, que deberán adecuarse a las necesidades del sistema.

(Publicado el viernes 1 de agosto de 2008 en diario El Informe)

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