Tras el "efecto Cobos", las retenciones móviles con las horas contadas

La votación en el Senado de la Nación expresó fielmente la división por mitades que habían generado los Kirchner en la sociedad argentina a partir de la resolución ministerial de las retenciones móviles. Allí se potenció lo que se había insinuado en Diputados. Más allá de los opositores, unos cuantos legisladores de procedencia peronista estaban dispuestos a ponerle un límite a su fidelidad incondicional con el matrimonio presidencial. El acompañamiento sería solamente hasta las puertas del cementerio. Ellos deseaban regresar a la vida política, atender las demandas de los pueblos del interior y reconciliarse con su gente. Comprendían que el relato que se empecinaba en construir el kirchnerismo, no sólo era falso, sino que, además, la mayoría de la población no se lo creía. Los cambios introducidos a la resolución 125 -hasta conseguir el número de diputados suficiente- establecieron una victoria pírrica del oficialismo, sólo para obtener la media sanción. En esa oportunidad, el vicepresidente Julio Cobos (“el que avisa no traiciona”) alertó sobre su voluntad acuerdista: “No se trata de juntar votos, sino de elaborar el consenso”. Tal vez el radical K sospechó que el Senado, en su carácter de cámara revisora, podría perfeccionar la emparchada iniciativa presidencial. Sin embargo, la instrucción era categórica: Hay que aprobar el proyecto tal cual salió de Diputados, sin cambiar ni una coma. Consumada la igualdad, con 36 senadores de cada lado, Cobos, con un alegato digno de un guionista célebre del cine de suspenso, pleno de silencios infartantes, argumentó sobre la prioridad de desactivar la crisis social. El mismo dirigente mendocino que los Kirchner habían desacreditado e ignorado en las últimas semanas, desequilibró en contra del mismo Gobierno que integra, en una valiente decisión personal que la historia nacional guardará en sus páginas más notables. Renunciando a la obediencia debida, Cobos -ya expulsado de las filas de la UCR- le hizo pagar al kirchnerismo el pecado de pergeñar la desarticulación del centenario partido con la cooptación de algunos valiosos dirigentes. Como si se tratara de una película donde el muchachito maltrecho se repone justo en el desenlace de las acciones, y de madrugada se toma revancha ante el poderoso. Con calma provinciana, el vicepresidente sacó fuerzas de flaquezas y en la media mañana de ayer, después de un par de horas de sueño, advirtió a la Casa Rosada a través de la prensa su decisión de continuar ejerciendo el cargo, para concluir afirmando que una crisis institucional sólo se precipitaría si intentaran hacerlo desistir de esa decisión.
Ahora, si el Gobierno cumple el compromiso público de respetar la voluntad del Congreso, debería derogar la resolución 125, regresar a las retenciones fijas del 35 por ciento y recibir a la dirigencia ruralista para, luego, convocar a un Consejo Federal Agropecuario que concilie los nuevos mecanismos de retenciones y el conjunto de políticas para el sector que aún se adeudan.
No hay nada que dramatizar. El Gobierno acaba de sufrir un sacudón por culpa de sus propias impericias, pero nada más que eso. No triunfó el golpismo, como insistía el presidente del PJ, en una prédica arrogante que sólo revelaba sus debilidades. En el Senado, donde se consumaron tantas estafas a la Nación, se le asestó un duro revés a un estilo de gobierno plagado de vicios autoritarios y centralistas. El matrimonio presidencial tiene que haber comprendido que los proyectos hegemónicos carecen de destino en la Argentina de hoy, donde los matices no sólo son necesarios, sino también imprescindibles para evitar las desmesuras del poder. El debate, muy a pesar de los Kirchner, jamás ofreció como disyuntiva la democracia y el golpismo, ni tampoco la distribución del ingreso versus la avaricia de una corporación. El Gobierno había planteado dicotomías falsas, que disgregaron peligrosamente a los argentinos: Nosotros o el abismo, era el eslogan subyacente. No fue ni lo uno ni lo otro, según la reñida manifestación de los senadores. No se impuso el kirchnerismo con su beligerancia discursiva, ni tampoco se generó ningún abismo institucional, como auguraba el apocalíptico discurso oficial. Por el contrario, todo comenzó a encarrilarse desde que la Presidenta envió el proyecto de las retenciones al Congreso -más por razones de fuerza mayor que por convicciones-, aun cuando insistió en el todo o nada, desaprovechando las posibilidades de negociación que ofrecía el tratamiento legislativo, como hasta último momento sugirió Julio Cobos. Sin embargo, la pretensión de someter y, en lo posible, humillar al enemigo -los K no reconocen adversarios, sino enemigos-, pudo más que la racionalidad política, y esa tozudez acabó en la más sorprendente de las derrotas. Maniatados por su soberbia, los Kirchner descubrieron anchos callejones en beneficio de una oposición que, de izquierda a derecha, no conseguía recuperar la iniciativa; incluso, resurgieron dirigentes del PJ que no tenían futuro, y hoy cuentan con bastante más aceptación que meses atrás. Hasta Cobos se convirtió en un impensado héroe popular. Entre todos los resucitados, los hay presentables, que aprovecharon hábilmente el resbalón oficialista, e impresentables, cuya notoriedad de nuestros días sólo puede atribuirse a un milagro de los Kirchner.
Ubicada en el piso de popularidad, la Presidenta tiene la oportunidad de recuperar la iniciativa política, diseñando una salida inteligente del conflicto con el campo, combatiendo la inflación que día tras día genera miles de nuevos pobres, embistiendo en serio contra la concentración de la riqueza, redefiniendo la relación con las provincias, respetando las potestades parlamentarias, devolviendo la transparencia a las increíbles estadísticas oficiales y renovando el desgastado gabinete de ministros.

(Publicado el viernes 18 de julio de 2008 en diario El Informe)

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