Ahora con fuerza de ley, la misma causa que originó el conflicto

Esta misma semana, a juzgar por los augurios kirchneristas, quedará saldado el conflicto con el campo tras cuatro meses de incertidumbre, con la aprobación de la ley de retenciones móviles en Senadores, aunque las consecuencias económicas se manifestarán en todo el segundo semestre; luego, en el plano político, los efectos de esta contienda se extenderán un poco más allá, al menos, hasta las elecciones parlamentarias del año próximo. Y en la órbita judicial, bastará que las retenciones, con sus alícuotas desmesuradas, se conviertan en ley, para que los productores agropecuarios acudan a los tribunales, instancia tras instancia, hasta desembarcar en la Corte Suprema, para cuestionar el carácter confiscatorio de los tributos, el talón de Aquiles de la medida, según deslizan los ministros, jurisprudencia mediante. Con un aviso justo a tiempo para que recurra al Congreso, la Corte salvó al Gobierno de una flagrante inconstitucionalidad, pero el debate sobre la confiscatoriedad aún está por verse.
La anunciada victoria pírrica del oficialismo fue así nomás, con el mismísimo Néstor Kirchner operando, no para multiplicar sus soldados, sino para contener la sangría de diputados propios y aliados, primero para formar el ajustado quórum, y luego para redondear un reñido 129 a 122. Para ello, los Kirchner debieron conceder modificaciones al proyecto original hasta último momento -reclamadas por sus propios diputados, temerosos del regreso a los territorios-, e incluso trascendió que algunos legisladores obtuvieron más beneficios para sus olvidadas provincias en una sola madrugada, que en cinco años de audiencias denegadas. Entre ellos sobresalen los rionegrinos, que le habrían arrancado a la Casa Rosada, a cambio de cuatro votos decisivos, la promesa de reducir las alícuotas de retenciones a los asfixiados productores de peras y manzanas para la exportación.
Tantas fueron las compensaciones otorgadas que, si se cumplen en tiempo y forma, la recaudación adicional por retenciones será bastante módica, aun cuando políticamente el Gobierno pueda jactarse de que la esencia del sistema no se modificó y, además, de que el Congreso reconoció la facultad presidencial de fijar los derechos a las exportaciones. Tal vez no conforme a las entidades del campo -refractarias por naturaleza a los mecanismos compensatorios-, pero, aun con todos sus defectos, el proyecto con media sanción de Diputados es mucho más decoroso que la impresentable resolución 125 en su versión original. Esa misma que el Gobierno defendió a capa y espada con los beligerantes discursos presidenciales de marzo, según los cuales, el que no simpatizaba con esa medida era oligarca, traidor y golpista, por decreto K. Esta vez no debió transcurrir mucho tiempo para comprobar quién tenía razón. Basta comparar aquella resolución ministerial del 10 de marzo con el proyecto aprobado en la Cámara Baja, para descubrir que este último adquirió un perfil más racional y progresista (hasta se incorporó a las apuradas la ley de arrendamientos que reclamaba la Federación Agraria y el kirchnerismo cajoneaba), merced a la presión de oligarcas, traidores y golpistas, aun cuando subsisten más dudas que certezas, sobre todo por los sistemáticos incumplimientos del kirchnerismo cuando se trata de compensar a pequeños y medianos productores -no sucede lo mismo con las brutales transferencias a los oligopolios ligados a la agroalimentación-, y también por la pronta fecha de vencimiento -31 de octubre próximo- que se le dio a los reintegros.

Sacudón en la bota
Con el inminente arribo al Senado de la Nación del proyecto girado desde Diputados, el santafesino Carlos Reutemann terminará de modelar el Operativo Retorno, con primera estación en los comicios parlamentarios del año próximo, y que podría encumbrar al venadense Ricardo Spinozzi -presidente electo del peronismo provincial- en el preciado liderazgo de una de las listas de candidatos a diputados nacionales del PJ, tal vez por un andarivel paralelo al armado kirchnerista. Lejos de aquel domingo negro del ’74, cuando se quedó sin nafta a sólo 800 metros de triunfar en el Gran Premio de F-1 de Buenos Aires, la reciente votación en Diputados acelera las ambiciones del ex piloto, pues de los 19 diputados santafesinos, los nueve del Frente para la Victoria, sin fracturas, refrendaron el proyecto oficialista, en tanto que la decena restante, entre socialistas, radicales, ARI y Coalición Cívica, se pronunciaron por la negativa. Con este escenario, la figura del Lole en la Cámara Alta cobrará mayor notoriedad aún en la defensa de un proyecto alternativo, en sintonía con su comprovinciana Roxana Latorre. En tanto, el otro santafesino de fuerte oposición a las retenciones móviles K, el socialista Rubén Giustiniani, se mostró optimista, augurando una “votación pareja”.
Con vistas a las legislativas de 2009, no habría que descartar que los reutemistas acaben negociando una lista única con el kirchnerismo, como lo hicieron en las internas provinciales, pero con esa estrategia serían funcionales al socialismo, que sabría orientar contra ese bloque el voto castigo que muchos santafesinos pergeñan desde ahora. Figuras como el tesonero Agustín Rossi o el flexible Jorge Obeid, inmolados a los pies de los Kirchner, hoy tienen más posibilidades de aterrizar en la Jefatura de Gabinete, o en la cotizada embajada argentina en París, que de presentarse con medianas expectativas ante el electorado de la provincia agrícola de Santa Fe. En conclusión, si los seguidores del Lole concurren solos a las legislativas, y el gobernador Hermes Binner consigue recrear el Frente Progresista, podría suceder que la delegación de diputados K de nuestra provincia se reduzca a una mínima expresión.

Peligro de contagio
Así como en el escenario santafesino los Kirchner muestran desmoronamientos antes de tiempo -como el Glaciar Perito Moreno-, el mismo fenómeno electoral podría reeditarse en otras provincias, con el riesgo de enfrentar los dos últimos años de mandato con minoría legislativa, abriendo un panorama sombrío para el proyecto reeleccionista. En este sentido, la ruptura con el vicepresidente Julio Cobos, líder de la Concertación Plural en extinción, prueba las dificultades de sostener la alianza transversal que elucubraba hasta hace poco tiempo el matrimonio presidencial, cuando denostaba el pejotismo y evitaba cantar en público la marchita. Ni siquiera la obstinada militancia del ex gobernador bonaerense Felipe Solá -especialista en temas agropecuarios- consiguió persuadir a la Casa Rosada de que, con unas pocas correcciones, se podía generar una ley de consenso y, con ello, garantizar la salida definitiva del conflicto. No sólo que no le dieron lugar, sino que el pacifista Carlos Kunkel se ocupó de apretar a Solá en medio de su discurso (“Traidor, hijo de puta”, le espetó varias veces desde una banca vecina), por si no hubieran bastado los empujones que sufrió el justicialista no alineado cuando ingresaba al recinto de sesiones. “Este Gobierno no tiene política agropecuaria”, había dicho Felipe, tan lejos de los enceguecidos oficialistas, como de los fundamentalistas opositores. Apelando al sentido común, un núcleo de legisladores oficialistas intentó que no se ratificara, con fuerza de ley, la misma causa que había ocasionado el conflicto. Pero, al menos en Diputados, fue en vano.
Sin embargo, es un buen síntoma que las principales voces del campo -incluido el combativo Alfredo De Angeli- hayan descartado el regreso a las rutas, una metodología dura que si bien resultó clave para darle visibilidad a la protesta y conseguir valiosas reformas respecto de la medida original, también mostró efectos indeseables. Hoy, un corte de rutas, uno solo, no despertaría simpatías, sino un repudio social generalizado, y sería una torpeza mayúscula que el campo arriesgara su flamante condición de sujeto político medular para cualquier construcción de poder en la Argentina. Sin embargo, aun cuando no recurra nuevamente a manifestaciones radicalizadas, la protesta ruralista podría extenderse por otros medios, y con una siembra a desgana y una fertilización a reglamento, por ejemplo, lejos habrá quedado el sueño de incorporarnos a la revolución agrícola que está pasando delante de nuestras narices.
Mientras tanto, nuevos desafíos se avecinan para los Kirchner. Sin la excusa del paro agrario, temas como la inflación, la pobreza, los jubilados, la crisis energética y la deuda externa, entre otros, se impondrán en breve en la agenda pública, pero en un escenario un poco más complicado que el de principio de año. Mucho tendrá que repechar el matrimonio presidencial para recomponer los deteriorados vínculos con vastos sectores medios urbanos y rurales, sobre todo si luego de la votación de Diputados se contenta con el resultado numérico y no sabe, o no quiere, o no puede, interpretar las consecuencias políticas de esta crisis.

(Publicado el lunes 7 de julio de 2008 en diario El Informe)

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