Ni golpismo ni más autoritarismo K, apenas un poco de racionalidad

Cambió el humor del país en esa madrugada de jueves, con Julio Cobos tembloroso y perturbado. Tan humano que, esa misma debilidad, más allá de la decisión de sepultar la resolución 125, lo catapultó a la categoría de héroe para los argentinos que ansiaban la pacificación. En el oficialismo, algunos, como el diputado Agustín Rossi, entendieron por fin el mensaje y convocaron a dar vuelta la página, no incurrir en actitudes vengativas y encarar los numerosos temas pendientes en la agenda pública. Otros prefieren seguir negando la realidad, interpretando a Cobos como el traidor que empujó a los Kirchner escaleras abajo, sin comprender que esas manos salvaron del precipicio al matrimonio presidencial, ya sin red a esas alturas del conflicto.
Todos los intentos por ideologizar interesadamente la cuestión fueron vanos. Como lo había anticipado Hermes Binner semanas atrás, en la Argentina se estaba terminando un estilo de gobernar. Néstor Kirchner, que durante 20 años consecutivos ejerció el poder político con el mismo concepto verticalista, en la Intendencia de Río Gallegos, en la Gobernación de Santa Cruz y en la Presidencia de la Nación, se encontró con límites recién ahora, en la gestión que comparte con su esposa.
Nuevamente el Gobierno tiene la oportunidad de decidir su destino. Hasta ahora, los Kirchner sólo confrontaron, fomentando retrógradas antinomias entre los argentinos en nombre de un falso progresismo. Jamás escucharon a nadie, ni a los miembros de su gabinete, ni a los radicales K (la Concertación Plural les resultaba funcional cuando denostaban el aparato del PJ), ni a sus legisladores. Mientras denuncia las defecciones de propios y extraños, el matrimonio presidencial jamás imaginó que tan pronto debería pagar tan caro sus propias traiciones. Antes que horrorizarse por el voto salvador del mendocino Cobos, los Kirchner deberían explicar cómo fue eso de seducir al catamarqueño Ramón Saadi para arañar el empate, el mismo gobernante que encubrió hasta último momento el crimen de la adolescente María Soledad Morales, perpetrado por los hijos del poder. El mismo que, si hubiera sido por Cristina -en sus tiempos de opositora-, no hubiera ingresado al Senado.
Ahora, el oficialismo trata de ocultar sus miserias evaluando el ADN de la circunstancial alianza de opositores que se definieron en respaldo a la protesta agropecuaria. Todos estos sectores, que abarcan desde el MST de la firmatense Vilma Ripoll, hasta la CGT del gastronómico Luis Barrionuevo, coinciden en un reclamo específico, como la Sociedad Rural y la Federación Agraria, que más temprano que tarde se desarticulará como bloque. También es cierto que algunos lo hacen por convicción y otros por burdo oportunismo.
Pero es el Gobierno el que los reunió y cayó vulnerado ante ellos, aunque le cueste admitirlo. Así como no habrá un Partido del Campo en la Argentina, tampoco existirá un agrupamiento político conteniendo a todos estos actores tan diversos. En todo caso, es el kirchnerismo quien debe ejercer una severa autocrítica, en lugar de buscar culpables afuera, como sugirió la Presidenta, en un alarde de autismo. En principio, el más valioso gesto será oxigenar el gabinete de colaboradores, excluyendo a los personajes más nocivos e incorporando hombres de diálogo y luces propias. También se impone revisar el rol de Néstor Kirchner, que en los últimos meses ayudó con sus desmesuras a ocasionarle un desastre de proporciones a su esposa. Derrumbadas -por absurdas- las hipótesis del clima destituyente, entre otras argucias inverosímiles, el Gobierno reúne todas las condiciones -empezando por el respeto de la oposición a la institucionalidad- para relanzar la gestión, siempre y cuando apele al diálogo, el consenso y la calidad institucional prometida, escenario que debe incluir la continuidad de Cobos sin recortes. De todos modos, sólo un milagro podría lograr que el año que viene el oficialismo no pierda la mayoría en las elecciones legislativas. Será, en tal caso, otro aprendizaje para la democracia argentina, pero un calvario para los que siempre disfrutaron de gobernar con plenos poderes y controles republicanos desactivados en la práctica.
Si bien es cierto que el conflicto con el campo se descomprimió, la Argentina sigue careciendo de una política agropecuaria. En este sentido, vuelve a ser oportuna la intervención de Binner, instando a la formación del Consejo Federal Agropecuario Ampliado para diseñar tales políticas, y propiciando un nuevo sistema de impuestos coparticipables a las exportaciones de granos, en busca de eliminar paulatinamente las retenciones; la Federación Agraria insiste con las retenciones segmentadas y, además, se cuentan por decenas las alternativas conocidas. La responsabilidad del Gobierno, luego de su reciente fracaso, es convocar a todos los sectores interesados, con el protagonismo de los gobernadores, y conciliar una política agropecuaria integral y sustentable (tributos incluidos), que deberá atravesar también el debate legislativo, pero ya no como una cortesía presidencial, sino porque así lo impone la Constitución.

(Publicado el lunes 21 de julio de 2008 en diario El Informe)

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