
Aunque los antecedentes y las actividades de Docampo podrían resentir, a priori, la credibilidad de sus planteos, él mismo se ocupa de sacar fuerzas de flaquezas, subrayando que el submundo que las circunstancias lo han llevado a transitar, hoy le permiten conocer con absoluta precisión muchos asuntos ajenos al dominio de la mayoría de los ciudadanos. “La mierda se combate con mierda”, dijo Alberto Docampo en el imperdible cierre de la entrevista que concedió el viernes último en el envío En la Tecla (Canal 12). “Mientras no me molestaron, yo no abrí la boca; ahora me molestaron y no voy a parar hasta que ellos acaben en la cárcel”, sentenció con pasmosa serenidad y la copia de la denuncia judicial entre manos.
Es en este punto donde el denunciante se fortalece, cargando las tintas cuando refiere que, después de negarse a la venta de cocaína -él asegura que sólo es consumidor-, vive en un riesgo permanente de que sus denunciados le planten en su domicilio, o en su vehículo, sustancias prohibidas para sacarlo del medio, frase que, en la jerga del hampa, puede adquirir las interpretaciones más diversas.
La incredulidad popular en la resolución de los casos ligados a la corrupción y a la droga, tal vez no alcance los niveles escandalosos de la década de los ’90, pero no se progresó demasiado al respecto, más allá del valorable cambio de caras y, sobre todo, de procedimientos, en el máximo tribunal de justicia de la Nación. Sin ir más lejos, hasta la jueza federal Laura Cosidoy, a pesar de su investidura, puede dar fe de las dificultades padecidas por sus embates contra el narcotráfico. ¿Qué puede pasar con la denuncia de Docampo? De ser veraces sus acusaciones, servirá para reconciliarlo con la sociedad y para comenzar, de una vez por todas, con las postergadas depuraciones; de tratarse de una historia falsa, él mismo deberá hacerse cargo. Que sea una cosa o la otra, pero que la causa no se duerma.
(Publicado el lunes 23 de julio de 2007 en El Informe de Venado Tuerto)
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