Como en el caño de Tinelli, en esta recta final de la campaña por la Intendencia, la expectativa del público crece minuto a minuto y los protagonistas se aferran con uñas y dientes a sus estrategias para cumplir la mejor performance electoral, aunque a todos les cuesta trepar hasta lo más alto y saben que el sueño se hará realidad para uno solo.
Ingresando en junio, el precandidato oficialista José Freyre observa a sus contrincantes desde arriba, no sólo al director teatral Oscar Barotto, su adversario en las primarias del Frente para la Victoria, sino también a los otros cuatro postulantes. Las encuestas de procedencia confiable que están circulando, y hasta las truchas -siempre más numerosas que las primeras-, coinciden en esa fotografía de finales de mayo. Sin embargo, Freyre, inteligente, evita contagiarse de cierto tufillo triunfalista y adulador que se irradia en su entorno. Y que se agiganta según transcurren los días, pues para el otrora imprescindible Roberto Scott, empezó la cuenta regresiva. Los mismos que ya cuentan los días para que Freyre se apoltrone en el Sillón de Aufranc, saben que son tantos como los que le faltan a Scott para irse a la casa. Al menos, por ahora, Freyre no se la cree. Y en cuanta reunión barrial preside, que no son pocas, arenga a la tropa para acercarse a la Intendencia a partir de la primaria. De todos modos, desde el próximo lunes, cuando comience el período de licencia en sus funciones de supersecretario, tendrá que darle un golpe de timón a su estrategia electoral, pues ya no podrá actuar como el bombero eficiente que sale presuroso del cuartel para apagar los incendios ocasionados, a veces, por la gestión que él mismo integra. “Es un gobierno mediocre con un muy buen candidato”, suele escucharse en cercanías de los despachos oficiales, y en voz baja, claro está. Sin embargo, el delfín scottista no tiene espaldas para despegarse demasiado del intendente, un poco por una cuestión de parentesco político, otro poco porque la luz de ventaja que consiguió obtener sobre sus rivales del Frente Progresista es precisamente por la posibilidad de mostrar una capacidad de gestión ejecutiva que los concejales Roberto Meier y Lisandro Enrico no pueden exhibir de ninguna manera, dado que la actividad legislativa los condena: no tienen los millonarios recursos de que dispone el gobierno de Freyre para hacer obras, prestar servicios y brindar ayudas. El mismísimo dirigente peronista Jorge Viano, que asumió el riesgo político de presentarse por fuera del PJ, se fortalece desde la administración de un abanico de instituciones, y hasta Barotto puede mostrar cómo consiguió resucitar y gestionar el Teatro Ideal, en tanto que la Municipalidad no fue capaz de hacer lo propio con el histórico Verdi, cuya mentada recuperación no pasó de una lavada de cara.
En cambio, Meier y Enrico (también Delfor Hernández), tienen para exhibir una extensa labor legislativa, pero que por lo general no es reconocida por el electorado. No es extraño, los venadenses, con inclinación presidencialista, como buenos argentinos, no suelen valorar el equilibrio que imponen los legisladores. “Se la pasan criticando al intendente”, se les cuestiona a los ediles, ignorando que, más allá de sus errores, recortaron a la Intendencia gastos millonarios que tendrían que haber soportado las arcas municipales.
En los ’90, Roberto Scott pasó raudamente -apenas dos años- por el Concejo. Una estrategia de fuerte carácter mediático, con denuncia tras denuncia, y ningún proyecto, fue suficiente para catapultarlo a una docena de años en el gobierno. El veterano líder municipal, que siempre supo que el candidato a la sucesión sería Freyre, lo obligó a eyectarse del Concejo cuando apenas había cumplido seis meses de gestión. En la política actual, según estos antecedentes, el Concejo se parece más a una mochila que a un trampolín, al menos cuando se ocupa la banca por un período completo de cuatro años.
Concientes de arrancar en desventaja, los asesores de Enrico -en diciembre cumplirá ocho años consecutivos en la banca- diseñaron una campaña para ubicarlo como un dirigente joven, pero experimentado, que lo tiene todo controlado, con propuestas para todas las áreas de gobierno, y hasta con un centro de estudios propio. En tanto, Meier, que sólo asomó con pintadas en algunos tapiales, recién la semana próxima lanzaría su campaña, en coincidencia con el inicio de su licencia como concejal. Hasta ahora, ni siquiera el ambicioso despegue de Enrico parece convencer al Tío de modificar sus habituales planteos electorales, austeros en los gastos y con abnegada tarea militante. “Con esta metodología venimos metiendo un concejal cada dos años… para qué cambiar”, se jactó un pueblense, brocha gorda en mano.
Cada uno con su plan, Meier y Enrico se impusieron dos objetivos: ganar la interna y, además, superar, como Frente Progresista, la cantidad de votantes de Freyre. “Si la general se polariza, la ganamos nosotros”, dijo un enriquista. “El scottismo es como el menemismo en 2003, tiene un piso alto pero un techo bajo”, definió un meierista con la convicción de un avezado consultor, aunque cambió súbitamente de tema cuando un porotista de la última hora le preguntó a qué milagrero acudiría para contener en la general a los votantes de Enrico y Meier en la primaria. “La semana que viene, para programar los actos en los barrios, antes hay que ver quién se sube al caño. Nosotros también dependemos del rating…”, bromeó el militante, consiguiendo el propósito de desviar la conversación.
(Publicado el viernes 25 de mayo de 2007 en diario El Informe de Venado Tuerto)
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