Acaba de abrirse otra semana que promete ser muy caliente en Venado Tuerto, una ciudad que asiste impotente a la caída libre de pequeñas y medianas empresas, como así también al tembladeral de los grandes emprendimientos productivos, en la mayoría de los casos por la caída del poder de compra que se agravó desde finales del año pasado en el marco de la depresión económica más prolongada de la historia nacional. Por su parte, la mayor empresa pública venadense, el Municipio, con más de un millar de empleados directos y varios centenares de vinculados indirectamente, acentúa su virtual estado de quebranto con la creciente morosidad de la ciudadanía que distribuye como puede -al borde de la desesperación- sus ingresos cada día más recortados y dosificados. El conflicto con los trabajadores municipales se solucionó con la ayuda de letras remitidas por el gobierno santafesino, que podrían canjearse 1 a 1 en los comercios y utilizarse además para saldar tributos locales y provinciales. Sin embargo, la tensa semana de negociaciones entre los administradores y los sindicalistas sirvió además para que todos los venadenses se enteraran del estado de emergencia de las finanzas municipales que el funcionario oportunamente eyectado hasta el área de Producción, Lorenzo Pérez, dejó en manos de Luis Plantón, el amigo que Scott, a su vez, colocó entre los “irreemplazables” del desconcertado gabinete. Hoy, con las brasas entre las manos, el bioquímico de residencia temporaria en Venado Tuerto se debate con la crisis más caótica que la ciudad recuerde. Pocos episodios debe lamentar tanto un secretario de Hacienda como habilitar las cajas de recaudación exclusivamente para que cada peso ingresante se destine a pagar sueldos atrasados a los empleados municipales. Ninguna imagen, por otra parte, podría graficar más nítidamente la parálisis de una administración.
En este sentido, si bien la subsistencia de muchas empresas depende en gran medida de las decisiones políticas y económicas que el Gobierno nacional adopte en las próximas semanas, días atrás, en el medio de la crisis local, el intendente Scott se vio obligado a ofrecer respuestas a los venadenses. Entre ellas, ofrendó la remoción del conjunto del gabinete, pero resultó que transcurridos casi 10 días de los rimbombantes anuncios no habría aceptado la renuncia de ninguno de ellos. El otro gran anuncio de la Intendencia consistió en la posible negociación de las “joyas de la abuela” que aún subsisten en nuestra ciudad, como es el caso de algunas propiedades municipales de privilegiada ubicación geográfica, tales los predios de 9 de Julio y Belgrano, y Lisandro de la Torre e Yrigoyen, entre otros. Escuchar esas propuestas de boca del propio Roberto Scott habrá remontado a los memoriosos a comparar el Venado Tuerto ambicioso de hace poco más de dos décadas con el más anémico de nuestros días. Esa opulencia desmedida fue demostrada por la representación vernácula de la dictadura militar con el alocado anteproyecto del Palacio Municipal que iba a edificarse en 9 de Julio y Belgrano, precisamente uno de los terrenos que ahora figuraría entre las propiedades comercializables del Estado municipal. La sucesión de barbaridades se inició por aquel entonces con la demolición de la “mansión de Andueza” y continuó con el llamado del Ejecutivo local a un concurso nacional de anteproyectos. Sin consultas a las entidades intermedias, sin respeto a la valiosa construcción existente, con un criterio sospechoso del cálculo de costo de la obra y con el solo rechazo de algunos pocos atrevidos, los proyectos de los profesionales se llevaron a cabo y jamás se pagaron los honorarios. Además de las conciliaciones económicas extrajudiciales, recientemente, más de 20 años después, el Municipio recibió el primer embargo por parte de los abogados que recorrieron todas las instancias judiciales y encontraron a la ciudad sin la protección legal de la inembargabilidad de los bienes públicos.
El lunes 2 de noviembre de 1981, en la sección de Arquitectura y Diseño del diario La Voz del Interior, se tituló: ¿Venado Tuerto, capital del posmodernismo argentino?, a una nota que se ilustraba con la perspectiva del proyecto de autoría de arquitectos cordobeses que se adjudicó el cuestionado concurso. Nuestra ciudad se conocía en el país por las revolucionarias características de su próximo Palacio Municipal.
Distante de aquellos delirios de grandeza -apenas opacados por la ilegitimidad de origen de los gobernantes-, la ciudad se desangra hoy para terminar de abonar el costo de un millonario juicio solamente por los planos del faraónico proyecto. Y no tiene muchas mejores ideas, ni tampoco recursos, que entregar en mínima parte de pago el predio donde se hubiera emplazado la construcción. Del palacio posmodernista a la subasta de las joyas de la abuela, sin escalas. Aunque tardarían en manifestarse las consecuencias, en esos años se sentaban las bases de nuestras penurias actuales. No habría que permitir que hoy se continúen cometiendo errores que merezcan reproches dentro de 20 años, o tal vez menos. De todos modos, no habrá demasiadas posibilidades de éxito si los que se oponen son unos pocos, como en esos tiempos. En aquel momento, los sectores intermedios callaron y dejaron hacer; hoy, al menos, debaten qué hacer y cómo condicionar las discrecionalidades del poder político. Este es el gran desafío de la hora para una sociedad que mayoritariamente coincide en lo que no quiere, pero aún está lejos de saber qué es lo que realmente quiere.
(Publicado el 22 de enero de 2002 en diario El Informe de Venado Tuerto)
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