A un mes y medio exactamente de las elecciones presidenciales, en nuestra ciudad la indiferencia golpea con igual o mayor intensidad que en las restantes poblaciones argentinas. No se percibe en estas semanas previas a los comicios del 27 de abril (valga la perogruyada) la excitación popular de 1973, cuando luego de 18 años de exilio las mayorías preparaban el regreso al poder del general Juan Perón. Ni tampoco se adivina el fervor democrático de 1983, cuando las urnas se desempolvaban por fin después de la larga noche dictatorial. En este naciente 2003, donde ni la primavera agrícola disimula la depresión de la masa asalariada, después de décadas de frustraciones, los argentinos ya no creen en las propuestas políticas, cualquiera sea su origen. O no se sienten seducidos por los programas electorales o, lo que es peor, ni siquiera los tienen en cuenta, seguros de que pronto serán olvidados, como siempre, y reemplazados por las recetas de los dueños del poder, esos mismos que en los últimos 20 años mandan en la Argentina, sin necesidad de botas ni de votos.
El fenómeno de vaciamiento ideológico de la política, que hoy se refleja en el desinterés de los ciudadanos por los asuntos públicos, comenzó a imponerse a sangre y fuego el 24 de marzo de 1976, continuó con la comodidad de depositar excesivas responsabilidades en manos de una clase dirigente estructuralmente corrupta, y luego con las esperanzas en consignas milagreras y el carisma salvador de ciertos candidatos prestos a la promesa de salidas fáciles. Hoy, no se cree en las ideas, y tampoco en los supuestos Mesías. Sin embargo, este inquietante dato de la realidad, el de la desconfianza en la dirigencia política (y en las otras también), podría transformarse en una luz esperanzadora, si los argentinos asumen que no hay hombres providenciales ni recetas mágicas, que, por el contrario, es el momento oportuno para comenzar de nuevo, desde los cimientos, y preguntarnos qué hacemos por modificar nuestro entorno, cuántos compromisos sociales asumimos, cuánto individualismo nos infecciona y cuánto más esperaremos a que otros hagan lo que nosotros dejamos de hacer.
Mientras tanto, una fuerte dispersión de ofertas electorales confirma la tantas veces augurada fragmentación de los dos partidos mayoritarios, con Menem, Rodríguez Saá y Kirchner, por el lado peronista, y Moreau, Carrió y López Murphy, con origen radical. Desunidas tanto la centroderecha como la centroizquierda, tal vez la primera vuelta reacomode las cosas, y en el segundo turno se encuentren, al estilo de las democracias europeas, dos candidatos de espectros ideológicos opuestos, que libren una batalla de contenidos y reduzcan los votos en blanco o nulos a su mínima expresión, para arrancar el mandato sin el fantasma de la “ingobernabilidad” que, de todos modos, muy posiblemente asuele al presidente de la transición que asumirá el 25 de mayo.
Aunque candidatos como Carlos Menem, brutalmente sinceros, prometen continuar con la devastación política, económica, cultural y social que arrastró al país a un caos que ni la Alianza ni el ramillete de presidentes que la sucedieron pudieron detener, hay otros dirigentes más modernizados que, al menos en sus discursos, advierten la inviabilidad de un desarrollo nacional autónomo y sustentable sin determinados controles sobre los focos estratégicos (fuentes de energía y servicios públicos), entre otras propuestas progresistas que el aluvión neoliberal de los años 90 había desterrado de la política argentina y resucitaron inesperadamente en esta campaña electoral.
En Venado Tuerto, muy esporádicamente las mesas de café o los recreos laborales incorporan a sus agendas la defensa de uno u otro candidato presidencial, y mucho menos se debaten las propuestas. Tanto es así que ni siquiera los referentes políticos locales se interesan en hacer públicos sus alineamientos. Solamente unos pocos dirigentes se arriesgan a erigirse enfáticamente en representantes de los candidatos que el mes entrante se expondrán ante el electorado argentino después de un año largo de administraciones provisionales e improvisadas. Hay otros políticos venadenses -la mayoría- que revelan tímidamente sus preferencias solo cuando el periodismo los requiere. Y también sobresale la actitud de la dirigencia scottista, que sigue especulando, agazapada, sin tomar posición, a la espera de las instrucciones de Carlos Reutemann, devenido amo todopoderoso del peronismo santafesino. Tal vez hayan salteado el párrafo de El Príncipe, de Nicolás Maquiavelo, que advierte: “... el vencedor no quiere amigos sospechosos que no le ayuden en las adversidades, y el que pierde no te ampara si con las armas en la mano no has compartido su fortuna.”
(Publicado el miércoles 12 de marzo de 2003 en diario El Informe de Venado Tuerto)